El fin de semana del 22 al 24 de febrero se celebró en Guadalajara el III cursillo de renovación.

 

Todo es don y gracia cuando uno se deja encontrar por el Señor, teniendo la suerte de haberlo conocido en un cursillo de cristiandad, pero los avatares y preocupaciones de la vida, van haciendo que esa ilusión del primer encuentro se vaya apagando. Pero el Señor que es grande y rico en misericordia, sabe de nuestras debilidades humanas, vuelve a darnos otra nueva oportunidad de renovar el primer amor y por eso surge el cursillo de renovación.

 

En él participamos 24 personas de Guadalajara y Mondejar, acompañados de los cuatro responsables venidos de la diócesis de Orihuela-Alicante que con gran generosidad dejaron todas sus obligaciones familiares y diocesanas para acompañarnos: Efren, Marga, Encarna y el más joven Dani, que con su testimonio y entrega  nos hicieron vivir con ilusión y alegría el cursillo en un clima de fraternidad.

 

Muchos fueron los compromisos que se hicieron, esperando que el Espíritu Santo nos acompañe e ilumine a cada uno de los participantes a llevar a buen término lo que vivimos y a ser testigos valientes con nuestras vidas, donde a cada uno nos toca vivir haciendo más visible nuestra Iglesia y renovando cada día nuestro SI a Cristo.


Cada vez que llega la ocasión en la que se ha de elegir al nuevo obispo de Roma, todo son especulaciones y quinielas. Pero sólo el Espíritu Santo sabe quién tendrá el mandato de servir a la Iglesia desde su puesto de honor.

El nuevo Papa, Francisco, tiene todo a su favor para guiar a la Iglesia en los próximos años.

 

El rumor de que además de jesuíta, es cursillista, saltó a los medios y a las plataformas sociales rápidamente. Todavía no podemos decir si ha vivido un cursillo, pero sí que conoce perfectamente al movimiento, su método, sus estructuras y su finalidad, como lo deja patente en un escrito que dirigió a los cursillistas argentinos.

 

Aquí te dejamos esa carta para que vayas entrando en la personalidad e ideas de nuestro nuevo Sumo Pontífice.

 

"Queridos Cursillistas:

“La buena semilla son los que pertenecen al Reino” (Mt 13,38)

En la proximidad de la solemnidad de San Pablo, vuestro patrono y modelo de cómo “vivir de colores” damos gracias a Dios por todos los frutos, que a lo largo de los años, la Obra de los Cursillos de Cristiandad le ha brindado generosamente a la Iglesia.

Vuestro servicio de anunciar a Cristo siendo sus testigos en los ambientes cotidianos, es vivenciar, renovar en forma concreta el Bautismo que en El hemos recibido y los convierte en discípulos y misioneros de la Palabra, según lo expresado en la “Const. de la Iglesia”: “A este apostolado, todos están llamados por el mismo Señor, en razón del Bautismo y la Confirmación” (Nº 33).

Les escribo conciente de las dificultades que presenta la inculturación del Evangelio en la sociedad actual y en la confianza que vuestra audacia y fervor apostólico, nacidos del encuentro personal consigo mismo y con Cristo los lleve a hacer historia, en función del bien, para que muchos hermanos, excluidos o no, que viven en la periferia se sientan abrazados por el amor de Jesús.

Ser peregrinos en nuestra Ciudad significa no instalarnos, estar abiertos a la vida y prestar atención a lo que pasa en nuestro corazón como un buen samaritano ante la realidad difícil de tantos hermanos.

Es necesario que el Movimiento de Cursillos de Cristiandad a través de la participación de todos, continúe su camino de conversión pastoral como nos propone Aparecida.

Como Cursillistas en tiempos difíciles deben pedir a Dios la Gracia de tener muchos ahijados, de tener siempre un precursillo en marcha, para no caer en la desesperanza que paraliza y angustia. El regalo del Kerigma que recibieron en el Cursillo es misionante como propone el trípode (piedad, estudio y acción).

Como Iglesia Arquidiocesana necesitamos la unidad de todos en Cristo, para que El, sólo El reine en nuestros corazones y poder así reconocerlo como los discípulos en Emaús.

Al darte gracias por tu peregrinar como cursillista te pido que no dejes de renovar en Jesús Eucaristía tu ardor y fervor apostólico y el de tus hermanos de Reunión de Grupo.

Hoy más que nunca necesitamos que tu cercanía en los ambientes sea luz y alegría para tantos hermanos que ignoran que Dios es un Padre que los ama con ternura.

Hoy más que nunca necesitamos tu presencia para que muchas familias encuentren en el amor trascendente de Cristo, una nueva y más grande dimensión del amor humano.

Hoy más que nunca necesitamos de tu persona y tu testimonio en las Ultreyas, para seguir “adelante”, más allá, en el anuncio y vivencia del Kerigma.

Les pido por favor que recen por mí. Que Jesús los bendiga y la Virgen, Madre de la Divina Gracia, los cuide.

Afectuosamente.

Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires"


José González Horrillo, autor de «La Alternativa Católica», anima a tomarnos en serio nuestra fe.

 

José González Horrillo no necesita presentación, tras el éxito de su best seller de 2009 Manual básico para católicos sin complejos. Cuatro años después llega La Alternativa Católica, donde las mayúsculas no son casualidad, pues se trata de formalizar y dar nombre a toda una línea de pensamiento y acción sobre la cual responde a Religión en Libertad:

 

"Alternativo"... ¿no es una palabra con un sentido ya muy definido?

Desde hace algunos años se habla mucho de lo "alternativo" como opción de sustituir lo hasta ahora aceptado mayoritariamente, es decir, lo cristiano, especialmente lo relacionado con el ámbito de la religión y la moral.

 

Es decir, la alternativa de la Alternativa que usted propugna...

El problema ha surgido cuando lo "alternativo" se ha convertido en lo impuesto, en lo políticamente correcto, que no admite discrepancia, en la dictadura del relativismo enfrentada a la Verdad que los católicos defendemos.

 

¿Podemos englobar todas las alternativas no-católicas bajo un patrón común?

Lo anticatólico, o anticristiano, es todo lo que está contra Cristo. Podríamos incluso hablar de anticristo: es querer ponerse en el lugar de Dios, eliminando previamente la creencia en Dios. Es sustituir al Dios hecho hombre, por el hombre hecho Dios.

 

Al ateísmo dedica una parte importante de su libro. ¿Qué distingue al moderno de otros ateísmos anteriores?

Creo que el ateísmo contemporáneo está basado en el endiosmiento de una libertad alejada de la Verdad. Dios es la Verdad, pero es una Verdad que incomoda porque compromete, por eso se opta por rendirle culto al Santo de moda: "San Meapetece".

 

 

González Horrillo insiste: fuera complejos.

Acuña usted un término llamativo para eso: Antropologías Antipersona...

Las Antropologías Antipersona son las que consideran al ser humano algo distinto a lo que en realidad es, arrebatándole así sus derechos y su dignidad. Olvidando que es un hijo de Dios con un horizonte de inmortalidad, lo convierten en un montón de caduca materia o una especie de fantasma desencarnado con un futuro incierto.

 

¿Tienen relación esas ideologías con el aborto o la destrucción de la familia?

Estas Antropologías son las que están detrás de la cultura de la muerte y del feminismo de género, expertos en manipular el lenguaje en su intento de cambiar la realidad para construir otra a su antojo. De ahí su odio a la Iglesia, que efectivamente, es la única que defiende la Verdad de lo que es la persona.

 

¿Qué es exactamente la ideología de género?

La Ideología de género es algo así como el traslado de la lucha de clases a la lucha de sexos, el deseo de enfrentar al hombre y a la mujer para destruir lo que es propio de cada uno de ellos, es negar la naturaleza y la creación Divina, para, como he dicho antes, ponerse en lugar de Dios.

 

Vamos con la alternativa católica: ¿por qué los católicos no la defendemos?

Ciertamente hay mucho católico acomplejado y yo creo que las causas son, por un lado, la falta de formación que nos impide defender con argumentos suficientes nuestras ideas y creencias, y por otro, la falta de Fe y de convencimiento para creer en lo que predicamos.

 

Leo una frase de su libro: "La alternativa católica debe comenzar desechando los complejos, esgrimiendo argumentos respaldados por el sentido común y la Verdad que procede de Dios, perdiendo el miedo a los que nos intentan ridiculizar por sentirnos y actuar como miembros de la Iglesia católica". ¿Algo que añadir?


El cristiano del siglo XXI será un místico o no será cristiano.

Ya es hora de despertar y de tomarnos en serio nuestra Fe.

 

¿Hay alguna diferencia entre nuestros complejos de hoy y los tradicionales "respetos humanos"?

Creo que los complejos de hoy día están basados en la inseguridad y el miedo al ridículo, a ser tachados de caducos, mojigatos o extremistas.

 

¿Entonces?

Los católicos debemos sacudirnos el yugo del relativismo y arriesgarnos a ser auténticos servidores de la Verdad, caiga quien caiga.

 

El lema de la alternativa católica que usted propone es una frase de la Virgen María en Caná: "Haced lo que Él os diga".

La Alternativa Católica es buscar en todo momento hacer la voluntad de Dios, que podemos conocer en Su Palabra, en la oración y en la Iglesia.

 

¿Teme que le llamen "ultraconservador"?

Cuando despectivamente alguien acusa a nuestra Iglesia de "ultraconservadora", a mí eso me suena a halago, ya que en realidad, eso es lo que hace la Iglesia: "Conservar" íntegramente el mensaje de Jesús, sin añadidos ni reducciones, esté o no esté de acuerdo con las cambiantes mentalidades que se suceden en la Historia, corriendo el riesgo de ser perseguida, ridiculizada y atacada.

 

Transmitir lo que se recibe, como decía San Pablo...

Por eso yo soy católico, porque la Alternativa Católica siempre es la misma, es la Alternativa que Jesús propone a la persona para que sea auténtica y feliz, y esto es lo que nos transmite la Iglesia, sin miedos y sin complejos.

 


El próximo martes 26 de febrero, la Escuela de Cursillos tendrá una visita de excepción, la de nuestro obispo D. Atilano.

 

Comenzaremos como siempre a las 20:00 con la Eucaristía. Y después, nuestro querido D. Atilano nos hablará sobre su carta pastoral "Firmes en la Fe", la cual reproducimos íntegramente en este artículo.

 

 

«FIRMES EN LA FE»

 

       Queridos sacerdotes, miembros de la vida consagrada y fieles laicos:

 

       El día 11 de octubre de 2011, el Papa Benedicto XVI publicaba la Carta Apostólica Porta fidei. Con la publicación de esta Carta, el Santo Padre convocaba a toda la Iglesia a celebrar “El Año de la fe” y nos decía: «“La puerta de la fe” (cfr. He 14,27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros»[1].

 

       Las celebraciones organizadas con ocasión del “Año de la fe” comenzarán, Dios mediante, el día 11 de octubre de 2012, fecha conmemorativa del quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y del vigésimo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, y concluirán el día 24 de noviembre de 2013 con la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

 

       Se da también la feliz circunstancia de que unos días antes del comienzo del “Año de la fe”, concretamente el día 7 de octubre, el Santo Padre presidirá en la Plaza de San Pedro la solemne celebración eucarística con ocasión de la inauguración de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. En esta celebración, a la que asistiremos un buen número de Obispos, sacerdotes y cristianos laicos españoles, tendrá lugar también la declaración de San Juan de Ávila, Patrono del clero secular español, como Doctor de la Iglesia.

 

       Con esta carta pastoral, al tiempo que os saludo con afecto cordial a todos los diocesanos, quiero invitaros a orar al Padre celestial por el fruto espiritual de estos importantes acontecimientos eclesiales. En todo momento hemos de permanecer muy atentos a los objetivos y acciones programados por el Santo Padre para la celebración del “Año de la fe” y a las acciones que, si Dios quiere, programaremos en la diócesis. Con la celebración del mismo, el Papa nos invita a todos los bautizados a «redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo»[2].

 

       La convivencia diaria nos permite constatar que en nuestros días existen muchos cristianos con una fe madura, consciente y responsable, que viven con entusiasmo el encuentro con Cristo, pero también podemos descubrir que existen auténticos desafíos para la vivencia de la fe, para celebrarla y para dar público testimonio de la misma. Por eso, si no asumimos con convicción la urgencia de revisar la fe para renovarla y fortalecerla desde el encuentro personal y comunitario con Jesucristo, no podremos seguirle con alegría ni podremos vivir nunca con gozo nuestra condición de hijos de Dios. Es más, si nos falta una fe madura, todos los proyectos pastorales y las reformas estructurales que pretendamos llevar a cabo en la Iglesia y en la misión evangelizadora de la misma quedarán sin eficacia.

 

1. CONTEMPLEMOS LA REALIDAD

 

       Antes de hacer una revisión sobre la vivencia de la fe, deberíamos tener en cuenta las manifestaciones de algunos católicos sobre sus convicciones y comportamientos religiosos. Esto nos ayudará a descubrir el distanciamiento de muchos bautizados de las verdades del Evangelio y de las enseñanzas de la Iglesia.

 

       La constatación de la indiferencia religiosa de muchos y el confusionismo creyente de otros tienen que hacernos pensar, puesto que en esta realidad de increencia vivimos también nosotros. Aunque sea inconscientemente, todos corremos el riesgo de acomodar las enseñanzas del Evangelio a los criterios de la cultura actual para justificar de este modo nuestras decisiones y comportamientos errados. En vez de dejarnos juzgar y orientar por la Buena Noticia, pretendemos que ésta se adapte a las modas cambiantes del momento.

 

       Por otra parte, un cristiano, al contemplar la realidad social y religiosa, no puede quedarse en la fría enumeración de unos datos estadísticos. Detrás de los números hay siempre personas de carne y hueso. Por ello, desde la contemplación de la realidad, hemos de escuchar la voz de Dios, que nos llama a identificarnos con Él y que nos invita a buscar nuevas formas para presentar el Evangelio. Dios, que nos habla siempre a través de su Palabra, nos habla también desde el testimonio valiente y convencido de muchos hermanos y desde la fe mortecina de otros.

 

a) Debilitamiento de la fe y crisis de la conciencia

 

       El año 2003, el beato Juan Pablo II publicaba la Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa. En la misma hacía un análisis muy realista de la religiosidad de los católicos europeos y de la nefasta influencia de la secularización en sus convicciones y comportamientos religiosos. Aunque la cita sobre las enseñanzas del Santo Padre resulte un poco extensa, considero que merece la pena tenerla presente por su lucidez y realismo a la hora de analizar la fe de los católicos europeos.

 

       Entre otras cosas, Juan Pablo II nos decía: «Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo pero realmente no lo conocen. Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Muchos cristianos viven como si Cristo no existiera: se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús»[3].

 

       «En muchos, – proseguía el Papa –, un sentimiento religioso vago y poco comprometido ha suplantado las grandes certezas de la fe; se difunden diversas formas de agnosticismo y ateísmo práctico que contribuyen a agravar la disociación entre fe y vida; algunos se han dejado contagiar por el espíritu de un humanismo inmanentista que ha debilitado su fe, llevándoles frecuentemente, por desgracia, a abandonarla completamente; se observa una interpretación secularista de la fe cristiana que la socava, relacionada también con una profunda crisis de la conciencia y la práctica moral cristiana. Los grandes valores que tanto han inspirado la cultura europea han sido separados del Evangelio, perdiendo así su alma más profunda y dando lugar a no pocas desviaciones»[4].

 

       El Papa Benedicto XVI, además de constatar el gran confusionismo religioso y las dificultades de muchos católicos para confesar públicamente la fe, ha manifestado en distintos momentos de su pontificado que la reflexión sobre la fe debe tener la prioridad, pues la fe de la Iglesia parece algo del pasado. Recientemente, el pasado día 10 de septiembre, les decía a los Obispos de Colombia, con ocasión de su Visita ad Limina Apostolorum, que era necesario vivir fiel y fecundamente la fe ante «los efectos devastadores de la secularización que incide con fuerza en los modos de vida y trastorna la escala de valores de las personas, socavando los fundamentos mismos de la fe cristiana, del matrimonio, de la familia y de la moral cristiana».

 

       Estas serenas y lúcidas reflexiones de los últimos Papas sobre la falta de fe o el desconocimiento de la misma por parte de algunos católicos europeos podemos aplicarlas también a bastantes católicos españoles. Si nos fijamos, en las manifestaciones públicas de algunos bautizados se palpa un gran confusionismo religioso y un desconocimiento preocupante de los contenidos de la fe.

 

      Sin entrar ahora en un análisis pormenorizado y detallado de las causas y consecuencias del alejamiento de Jesucristo y de la Iglesia por parte de muchos católicos en los últimos años, me limito simplemente a constatar con dolor una realidad que todos conocemos a través de los estudios sociológicos sobre las creencias y comportamientos religiosos de los españoles.

 

       Asumiendo, con el posible margen de error, los datos ofrecidos por los sociólogos, podemos afirmar que, en los últimos años, ha crecido en España el número de agnósticos y ateos hasta el 20% de la población. Los que se confiesan católicos rondan el 75% de la población, pero de estos sólo el 13% se confiesa católico practicante. Entre otras conclusiones que podríamos extraer de estos datos, tendríamos que decir que aún son muchos los españoles bautizados en la fe de la Iglesia católica, pero pocos los que viven con una fe adulta, madura y consciente.

 

       La escasa participación de los católicos españoles en las celebraciones litúrgicas, en los sacramentos y en la misión evangelizadora de la Iglesia se debe en buena medida a la ignorancia religiosa, al oscurecimiento de la fe, a la deficiente formación cristiana y a la incapacidad del hombre de hoy para preguntarse por el sentido de la vida. Las prisas y las preocupaciones diarias nos impiden encontrar el tiempo necesario para hacer silencio y para responder a las preguntas nucleares sobre el sentido de la vida, sobre la realidad de la muerte y sobre el más allá de la misma.

 

       El relativismo y el subjetivismo, tan presentes en la cultura actual, están influyendo decisivamente en la forma de pensar y de vivir de muchos bautizados, llevándolos a interpretar las enseñanzas evangélicas y eclesiales de acuerdo con los gustos personales o los criterios sociales, pero al margen de las enseñanzas del Magisterio y de la Tradición viva de la Iglesia.

 

       Esta visión de las cosas, en bastantes casos, lleva consigo la sustitución del Dios de Jesucristo y de los valores permanentes de la religión por los ídolos cambiantes de la ideología política, del dinero, del sexo, del culto a la personalidad y del poder. Estos diosecillos “de polvo y paja”, que no pueden salvar (cfr. Sal 145), son adorados sin embargo por amplios sectores de la sociedad.

 

b) Algunos apuntes sobre la realidad diocesana

 

       Llevo año y medio entre vosotros. Durante este tiempo he tenido la oportunidad de recorrer la geografía diocesana, pero sobre todo el Señor me ha concedido la dicha de experimentar el afecto sincero y la acogida cordial de sacerdotes, religiosos y cristianos laicos. A todos de corazón os agradezco vuestra cercanía y vuestra colaboración generosa en la evangelización de la Iglesia diocesana.

 

       En los encuentros vividos con los miembros del Pueblo de Dios, suelen salir a relucir las dificultades para la transmisión de la fe y el desinterés de los padres en la formación cristiana de sus hijos. Se constata que la secularización de la sociedad y la secularización interna de la Iglesia están afectando también a muchos miembros de nuestra Iglesia diocesana.

 

       No obstante, sin cerrar los ojos a esta realidad, tengo que valorar muy positivamente la entrega generosa de los sacerdotes a la acción pastoral. Ellos son los primeros que experimentan las dificultades para la transmisión de la fe a los más pequeños y los obstáculos para avivarla en los restantes miembros de sus comunidades parroquiales. Sufren por el alejamiento de la Iglesia de aquellos a quienes ayudaron a descubrir el don de la fe en la catequesis y ofrecieron en su día la posibilidad de participar en los sacramentos de la Iglesia. Asumiendo la vocación bautismal, todos los bautizados deberíais colaborar mucho más con vuestros sacerdotes en la búsqueda de nuevos caminos para la evangelización.

 

       En mis encuentros con los cristianos laicos en las parroquias, con los movimientos apostólicos y con otras asociaciones laicales, he percibido con gozo una fe madura y he descubierto una gran inquietud misionera y una preocupación por ayudar a los alejados de la fe a vivir el encuentro con Jesucristo. En el futuro, además de favorecer e impulsar el asociacionismo laical, hemos de cuidar con esmero la vida espiritual y la formación cristiana de todos los bautizados, para que, además de participar en las actividades parroquiales, lleven también el Evangelio a los distintos ambientes de la sociedad. Hemos de ser muy conscientes de que la evangelización en los años venideros, si no la hacen los laicos, quedará sin hacer.

 

       Además, he tenido la gran alegría de visitar a todos los miembros de la vida consagrada. Con profundo gozo, debo destacar el extraordinario servicio que están prestando a la Iglesia y a la sociedad con su testimonio orante, con la vivencia de los consejos evangélicos, con su entrega a la formación de los niños y jóvenes, con sus diversas tareas parroquiales y con su dedicación a los más pobres y desfavorecidos. Todos deberíamos valorar mucho más el testimonio orante y el desprendimiento material de los miembros de la vida consagrada y, de un modo especial, de las monjas de clausura. Con su total consagración a Dios, como lo único necesario, no sólo son auténticos testigos de la fe para los restantes miembros del pueblo de Dios, sino verdaderos artífices de la nueva evangelización.

 

c) La realidad vista a la luz de Dios

 

       Este análisis de la realidad religiosa puede parecer un poco frío o demasiado pesimista. Cada uno puede hacer las correcciones que considere oportunas a mis afirmaciones, pues en una carta pastoral no es posible matizar cada afirmación. No obstante, con todas las matizaciones posibles, considero que un cristiano no puede quedarse en la simple y fría constatación de los datos sociológicos y religiosos.

 

       El creyente debe contemplar la vida y los acontecimientos de cada día desde la fe en Jesucristo y de acuerdo con sus enseñanzas. Así lo hacen el beato Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI cuando, al presentarnos la misión de la Iglesia ante esta realidad de increencia y de indiferencia religiosa, nos invitan a crecer en la conversión a Jesucristo y nos estimulan a emprender con gozo una nueva evangelización con nuevo ardor misionero, con nuevos métodos pastorales y con nuevas expresiones.

 

       Desde la mirada de Dios, los cristianos debemos contemplar la situación actual de la Iglesia y de la sociedad como una llamada a vivir la fe, como un reto para la evangelización y como una oportunidad única para dar testimonio de Jesucristo ante nuestros semejantes. No podemos esperar a que cambie la realidad y vuelvan a llenarse nuestros templos de fieles, como ocurría en otros tiempos. Ahora, en este instante, somos llamados y enviados por Dios a este mundo, a las personas concretas con las que nos relacionamos cada día en casa, en el trabajo o en la calle para mostrarles su amor.

 

       Cada persona, sea creyente o no, es amada por Dios y cuenta siempre con el ofrecimiento incondicional de su salvación (cfr. Mt 5,45; Rm. 5,8). Por lo tanto, los cristianos no podemos actuar de forma distinta a la de Dios. A todos, también a los que se consideran enemigos nuestros o a los que piensan de forma distinta debemos ofrecerles, además de una acogida cordial, el testimonio de nuestro amor, pues si amamos sólo a los que nos aman no tenemos mérito alguno (cfr. Mt 5,46).

 

       Pero, además, debemos contemplar esta realidad de increencia y de indiferencia religiosa, teniendo en cuenta que Dios sigue derramando su gracia sobre justos y pecadores y continúa enviando su Espíritu Santo para la santificación de todos. El Espíritu Santo, primer evangelizador, sigue ofreciendo sus dones a cada persona y continúa actuando constantemente en el corazón del mundo. Por eso, ante la contemplación de esta realidad, no podemos cerrarnos sobre nosotros mismos, considerándonos mejores que los demás o pensando que no es posible hacer nada por cambiar la realidad. En todo momento hemos de tener presente aquella enseñanza evangélica en la que se nos recuerda que las cosas imposibles para los hombres son siempre posibles para Dios.

 

 

 

2. LOS CATÓLICOS NECESITAMOS REVISAR NUESTRA FE

 

       Las contradicciones e inconsecuencias que observamos en las manifestaciones y en los comportamientos de muchos bautizados, nos están pidiendo que revisemos nuestra fe. Para ello, tendríamos que preguntarnos en qué Dios creemos, qué lugar ocupa Dios en nuestra vida y cuánto tiempo le dedicamos a lo largo del día. Asimismo, es preciso que analicemos también nuestros comportamientos con los hermanos para comprobar si están iluminados por los criterios evangélicos y por las convicciones religiosas o, por el contrario, hemos caído en la disociación entre la fe y la vida.

 

       Además, tenemos que revisar las prácticas religiosas para descubrir si las vivimos como una carga pesada y como una imposición externa o como la respuesta amorosa al infinito amor de Dios hacia cada uno de nosotros. Estamos en el mundo, participamos de los criterios del mundo y, por tanto, corremos el riesgo de vernos afectados por las propuestas de la secularización y por los criterios del relativismo que, en ocasiones, denunciamos en los comportamientos de nuestros semejantes. Por eso, si no revisamos nuestra fe a la luz de la Palabra de Dios, no podremos vivir con gozo el seguimiento de Jesucristo ni estaremos en condiciones de emprender una nueva evangelización.

 

a) La fe regalo de Dios y respuesta del hombre

 

       Al revisar nuestra fe, en primer lugar tendríamos que preguntarnos qué entendemos por fe. Para responder a esta pregunta, me parece oportuno que todos nos acerquemos al Catecismo de la Iglesia Católica. Allí se nos dice que «la fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras»[5].

 

       De acuerdo con esta definición del Catecismo, podemos afirmar que la fe cristiana es, ante todo y sobre todo, un regalo de Dios al hombre. La razón última de nuestra fe y la posibilidad de confiar en Dios tienen su fundamento en el hecho, humanamente inconcebible, de que Él mismo ha querido revelarse y mostrarse a toda la humanidad por medio de Jesucristo para que, iluminados y acompañados por la acción del Espíritu Santo en nosotros, podamos responder positivamente a su revelación (cfr. Hb 1,2).

 

        Para acoger el don divino de la fe, la persona necesita, además de abrir el corazón y la inteligencia a la intervención de Dios en su vida, la gracia y los “auxilios interiores del Espíritu Santo”[6]. El mismo Señor, presente en lo más profundo del corazón humano, es quien nos llama, nos mueve a buscarle, nos ayuda a descubrir la necesidad que tenemos de su salvación y nos atrae hacia Él para que le prestemos la adhesión de la fe.

 

       Por lo tanto, la fe no consiste principalmente en la adquisición de unos contenidos doctrinales y morales, sino en la adhesión a una persona, que tiene la capacidad de seducirnos y transformarnos interiormente. Aunque el conocimiento de las verdades de fe ciertamente es necesario y fundamental para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia, sin embargo no es lo primero. En la convivencia diaria podemos encontrarnos con personas que tienen conocimientos de Dios y de la Iglesia, pero no han vivido la experiencia del encuentro personal con Cristo, no han respondido a su llamada y no están dispuestos a seguirle.

 

       La fe cristiana es, por lo tanto, la respuesta libre y confiada a una Persona, que nos invita a entregarle la vida y a estar disponibles para la misión, porque nos ama con amor infinito. El Papa Benedicto XVI, refiriéndose a esta capacidad de Dios para orientar nuestra vida a partir del encuentro personal con Él, afirma que: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[7].

 

       Ante las enseñanzas evangélicas sobre la fe, recogidas por el Catecismo, tendríamos que preguntarnos: ¿Verdaderamente nos fiamos de Dios o sólo cumplimos con unas prácticas y normas religiosas?  ¿Admitimos que Cristo muerto y resucitado vive para siempre junto al Padre para ofrecernos la vida eterna? ¿Tenemos fe en Jesucristo como la Persona que da sentido pleno a nuestra vida? Cuando rezamos el Credo, lo que decimos con los labios ¿nos mueve a un cambio del corazón y de los comportamientos con nuestros semejantes?.

 

       Gracias a la luz de la fe, que nos viene de Jesucristo, todos podemos descubrir que nuestra vida tiene sentido, que no estamos nunca solos en la peregrinación por este mundo y que existen razones sólidas para esperar con confianza y para trabajar con esperanza en la construcción de un mundo mejor a pesar de las dificultades.

 

b) Profesamos la fe de la Iglesia 

 

        La fe cristiana, como acabo de indicar, es ante todo la respuesta personal, responsable y libre a Dios, que sale a nuestro encuentro por medio de Jesucristo, para invitarnos a participar de su amor y de su salvación. Pero la fe de cada cristiano, sin dejar de ser personal, debe ser también eclesial, puesto que es siempre la Iglesia la que precede, alimenta y sostiene la fe de cada uno de sus miembros.

 

       El Catecismo, al explicar el sentido del Credo, afirma que cuando decimos «“Creo” (Símbolo de los Apóstoles): es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos” (Símbolo de Nicea–Constantinopla, en el original griego): es la fe de la Iglesia confesada por los Obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo” es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”»[8].

 

       De acuerdo con las enseñanzas del Catecismo, podemos afirmar que en el sacramento del bautismo, nuestros padres y padrinos pidieron para nosotros la fe de la Iglesia, profesada por todos los cristianos desde los primeros momentos. Con el paso del tiempo, todos podemos profesar la fe de la Iglesia gracias a la acción del Espíritu Santo en nosotros y al testimonio creyente de millones de bautizados. Con todos ellos la vivimos y celebramos a lo largo de la vida en la única Iglesia de Jesucristo. En este sentido, podríamos decir que aquellos cristianos que rompan esta vinculación con los restantes miembros de la comunidad cristiana no podrán llegar nunca a madurar adecuadamente en su fe y en sus convicciones creyentes.

 

       La experiencia nos dice que, en estos momentos, muchos bautizados no viven con convicción la eclesialidad de su fe, porque actúan por lo libre, sin relación alguna con la Iglesia universal y sin vinculación con la comunidad diocesana. Se comportan como “llaneros solitarios”, afirmando que ellos no necesitan de nadie para creer y que cada uno puede comunicarse directamente con Dios sin contar con la Iglesia.

 

       Ante esta constatación, podríamos preguntarnos: ¿Vivimos la fe sintiéndonos miembros del único Cuerpo de Cristo? ¿Acogemos al hermano como alguien que nos pertenece? ¿Desde la fe en Jesucristo resucitado, colaboramos con los hermanos en la realización de los proyectos pastorales de la diócesis y de la parroquia o vivimos la fe sin relación con los restantes miembros del Pueblo de Dios?.

 

       En el futuro, si no corregimos con la ayuda de la gracia divina el individualismo religioso y si no damos el paso de una fe heredada a una fe personal y convencida, será muy difícil mantenerla viva e impulsar la acción evangelizadora de la Iglesia. Así lo reconocía el beato Juan Pablo II cuando, al contemplar la indiferencia religiosa de muchos católicos europeos, señalaba que «la actual situación cultural y religiosa de Europa exige la presencia de católicos adultos en la fe y de comunidades cristianas misioneras que testimonien la caridad de Dios a todos los hombres… Para ello es necesario el paso de una fe sustentada por las costumbres sociales a una fe más personal y madura, iluminada y convencida»[9].

 

       Por lo tanto, cuando nos proponemos hacer una revisión de nuestra fe, además de abrir nuestra mente y corazón a Jesucristo, hemos de considerar nuestro amor a la Madre Iglesia, de la que formamos parte por pura gracia en virtud del bautismo, y hemos de examinar también la vivencia de la comunión y la fraternidad con los restantes miembros del pueblo de Dios. Nadie puede ser testigo de la fe en el Señor si no permanece unido a Él en la comunidad de su Iglesia y si no acoge el amor de Dios en su corazón. La fe nos orienta a la comunidad y a la vivencia de la comunión para desembocar en una vida comunitaria (cfr. 1 Co 12,3-4).

 

c) Del encuentro con Cristo en su Iglesia a la conversión del corazón

 

       Dando un paso más en esta reflexión sobre la fe, podríamos afirmar que ésta, además de ayudarnos a tomar conciencia de nuestra pertenencia a la Iglesia, tiene que orientarnos constantemente en el camino de la conversión a Dios y a los hermanos. Todos hemos escuchado y meditado en distintos momentos de la existencia la invitación a la conversión, al cambio de vida, que Jesús plantea a sus oyentes, porque el Reino de Dios ya ha entrado en el mundo con su venida (cfr. Mt 4,17). Y todos sabemos que el mismo Jesús pide a los suyos que prediquen la conversión hasta los confines de la tierra (cfr. Mc 6,12).      

 

       Durante los años de su vida pública, el Señor recordará a los discípulos y a las multitudes que le siguen que Él no vino al mundo para salvar a los justos sino a los pecadores (Mt 9,13). Por tanto, nadie puede afirmar que cree en Jesucristo si, con el auxilio de la gracia, no se reconoce pecador, acoge el perdón divino por medio de la Iglesia y da pasos firmes en la identificación con Cristo. Mediante la celebración del sacramento de la penitencia, instituido por Cristo, la Iglesia nos ofrece hoy el perdón de los pecados y la posibilidad de progresar en el camino de la santidad.

 

       Los apóstoles de Jesucristo y millones de cristianos a lo largo de la historia de la Iglesia nos enseñan con su testimonio que es posible esta nueva orientación de la existencia, al acoger la revelación de Dios y al responder con decisión a su llamada. Hoy, todos los cristianos necesitamos dejarnos transformar interiormente por la gracia divina y, para ello, hemos de examinar nuestros comportamientos ante Dios y con los hermanos, asumiendo con paz y verdad que todos somos pecadores y, por tanto, necesitados de la misericordia infinita de Dios.

 

       Los que nos confesamos seguidores de Jesucristo, desde la fe y desde la comunión de vida con Él, debemos crecer cada día en la identificación con sus criterios, sentimientos y comportamientos con la ayuda de la gracia divina. El Señor sigue saliendo constantemente a nuestro encuentro a través de su Palabra, de los Sacramentos, del testimonio creyente de los hermanos y de las maravillas de la naturaleza para hablarnos, para regalarnos su amor y para ofrecernos su salvación. Cuando descubrimos y escuchamos las invitaciones de Dios a vivir en su amistad, entonces, guiados por el Espíritu, podemos responderle con el testimonio de nuestro amor.

 

       Teniendo en cuenta la necesidad de caminar hacia la identificación con Cristo, tendríamos que preguntarnos: ¿Escuchamos las llamadas de Dios a la conversión? ¿Reconocemos nuestros pecados y pedimos perdón de ellos a Dios y a los hermanos? ¿Nos hemos acostumbrado a vivir la fe rutinariamente y trasladamos las culpas de los males de la sociedad a los demás o tenemos la sinceridad de reconocer nuestros pecados como verdaderos obstáculos para la consecución del bien común?

 

       Los Obispos españoles decíamos hace algunos años que la madurez en la fe nos exige a todos pasar del conocimiento intelectual de Jesucristo al conocimiento del corazón para vivir con Él y en Él: «El encuentro con Jesucristo por la fe no es sólo un conocimiento intelectual, ni la mera asimilación de una doctrina o un sistema de valores. Lo que impacta y transforma a la persona es vivir con él, que dará paso a vivir como él, para vivir en él. Somos conscientes de que para llegar a la madurez cristiana de las personas y de los grupos es necesario que la vida se centre y se sustente en Jesucristo, tal como él mismo nos lo dejó dicho: “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15,5); y que se cultive la intimidad personal con él, como lo han hecho siempre los santos»[10].

 

d) La fe sin las obras está muerta

 

       La confesión pública de nuestra fe en Jesucristo y de la pertenencia a la Iglesia no puede dejarnos satisfechos, si no nos impulsa a salir de nosotros mismos para ofrecer a nuestros semejantes el amor de Dios por medio de la acogida cordial, del servicio generoso y de la atención a sus necesidades. «Profesar (la fe) con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público (…) La fe, precisamente porque es un acto de libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree»[11].

 

       En una sociedad secularizada, en la que tantas personas no conocen a Jesucristo o viven como si no existiese, este testimonio creyente ha de ser siempre el primer paso que hemos de dar para poder evangelizar. Desde la comunión con Cristo en la oración y en las celebraciones sacramentales, el cristiano tiene que estar en el mundo para ofrecer a todos el Evangelio de Jesucristo y para colaborar con los demás hermanos, sean creyentes o no, a la edificación de una sociedad más justa y más humana, en la que se respeten los derechos y la dignidad de cada persona.

 

       El auténtico creyente, desde la humildad de quien se sabe necesitado de Dios, tendrá siempre la fortaleza de ánimo necesaria para mostrar que la fe en Dios no lo aísla del mundo ni de la historia de la humanidad, sino que lo lleva a entrar más a fondo en la realidad para compartir los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de sus hermanos.

 

       Esta preocupación por manifestar el amor de Dios a nuestros semejantes hemos de vivirla de un modo especial en estos momentos de crisis económica y financiera, abriendo nuestro corazón y nuestra cartera a los hermanos más necesitados. Con toda seguridad la mayor parte de nosotros no somos culpables de esta crisis, pero esto no puede hacernos olvidar el sufrimiento y el dolor de quienes no pueden comer o pasan necesidad.

 

       Los pobres, los enfermos y los necesitados fueron los preferidos de Jesús y, por tanto, deben ser también nuestros preferidos (cfr. Mt 5,3-11; 11,5). A la hora de confesar y mostrar públicamente la fe en Jesucristo no podemos olvidar nunca que Él mismo ha querido identificarse con los más pobres y humildes, con los últimos de la sociedad: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

 

       Esta necesidad de unir la fe y la caridad de las obras aparece con gran nitidez y exigencia en la Sagrada Escritura. El apóstol Santiago nos dirá: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?. ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?. Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros le dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?. Así también es la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (Sant 2,14-18).

 

       En conclusión, la fe en Jesucristo no puede caminar al margen de las obras. Pero, para que nadie se considere importante o seguro de sí mismo porque hace obras maravillosas a favor de los demás, el Señor se encarga de recordarnos que en la vida todo es gracia y todo procede de arriba, del Padre de las luces. Es siempre el Señor quien, mediante la acción del Espíritu, derrama su amor en nuestros corazones y nos mueve a manifestarlo a los demás.

 

e) Es necesario alimentar la fe para que no se enfríe

 

       Para que la fe pueda concretarse en obras de amor a Dios y a los hermanos, es necesario mimarla y cuidarla. La fe cristiana es una planta débil, que hemos de regar y alimentar constantemente para que no se hiele o llegue a secarse. La oración, la escucha de la Palabra y la participación en los sacramentos son los medios que la Iglesia nos ofrece para vivir el encuentro con Dios, para acrecentar la fe, para celebrarla con los hermanos y para recibir la fuerza de la gracia divina que nos permita profesarla en cada instante de la vida.

 

       Una verdadera pastoral de la fe tiene que cuidar con esmero la vida espiritual de cada uno de los miembros de la comunidad cristiana para que pueda mantenerse en el seguimiento de Jesucristo y dar testimonio de Él con una fe madura y adulta. En ningún momento deberíamos olvidar que los grandes evangelizadores, los verdaderos testigos de la fe, fueron siempre grandes orantes.

 

      Cuando un cristiano confiesa que es creyente, pero deja de celebrar la fe con los restantes miembros de la comunidad, con el paso del tiempo la fe se convierte en pura ideología y puede llegar a extinguirse. Por eso, la Iglesia, teniendo muy presente el encargo del Señor, no cesa de recomendar a todos sus hijos que oren insistentemente para no desfallecer y que celebren la presencia salvadora de Dios en los sacramentos y en la liturgia para experimentar en todo momento su amor, su gracia y su salvación.

 

       El beato Juan Pablo II, consciente de la necesidad de la oración y de la participación litúrgica para la maduración de la fe en todos los bautizados, nos recordaba al comienzo del milenio que nuestras comunidades tienen que ser escuelas de oración, porque ésta es como el aire que todo ser humano necesita para respirar. Decía él: «Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese sólo en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha, viveza de afecto hasta el arrebato del corazón»[12].

 

       Teniendo en cuenta estas enseñanzas del Papa, podríamos preguntarnos: ¿Cuidamos la oración personal y comunitaria como verdaderos encuentros con Cristo resucitado? ¿Participamos con frecuencia en las celebraciones litúrgicas para alimentar la fe? ¿Estamos verdaderamente convencidos de que la oración es la primera forma de evangelización puesto que Dios es el único que puede salvarnos a nosotros y a los hermanos? ¿Nos preparamos con paz para la celebración de los sacramentos, especialmente para la participación en la Eucaristía, misterio y sacramento de la fe?    

 

       El Papa Benedicto XVI, además de recordarnos que la fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística, puesto que se alimenta de modo particular de la mesa de la Eucaristía, afirma también que «la fe, que suscita el anuncio de la Palabra de Dios, se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos»[13]. La recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor, bajo las especies sacramentales del pan y del vino, es ocasión especial para confiarle nuestras preocupaciones, para dejarle crecer en nosotros, para renovar la fe en su presencia dentro de nosotros y para presentarle nuestras miserias y pecados a fin de que Él pueda purificarnos.

 

       En la celebración del “Año de la fe” os invito a los sacerdotes y a los restantes miembros del Pueblo de Dios a participar con gozo en la Eucaristía, a valorar la presencia del Señor entre nosotros con algún acto eucarístico durante la semana y a convertir nuestras comunidades parroquiales en escuelas de oración. Para ello es necesario que todos aprendamos o profundicemos en el arte de la oración.

 

f) Alegres en el Señor

 

       Los evangelistas resaltan en sus escritos que el encuentro con Jesucristo resucitado transforma radicalmente la vida, los sentimientos y los comportamientos de sus seguidores. Las apariciones de Jesús a los apóstoles y discípulos, no sólo dan testimonio de su victoria sobre el poder del pecado y de la muerte, sino que los transforma interiormente regalándoles la alegría, la paz y la esperanza que habían perdido como consecuencia de la muerte del Maestro. Estos encuentros con el Resucitado colman de alegría a los suyos y les ayudan a situarse ante la historia como testigos de lo que ellos mismos han visto con sus ojos, tocado con sus manos y experimentado en los encuentros con Jesús (cfr. Lc 24; 1 Jn 1,1-3).

 

       Esta alegría impulsa a quienes la han experimentado a salir de sí mismos para establecer relaciones de amor, de dulzura, de comprensión y de fraternidad con todos los hombres, incluso con los enemigos. Así comprobamos que los primeros cristianos, a pesar de las dificultades y obstáculos de todo tipo, irradian alegría en sus comportamientos y se reúnen en asamblea para celebrar la presencia del Autor de la alegría entre ellos. Las persecuciones, cárceles y tribulaciones experimentadas por los testigos del Resucitado multiplican su alegría y se sienten honrados y dichosos por sus padecimientos a causa del Evangelio.

 

       Los discípulos del Resucitado viven totalmente convencidos de que la alegría es un don, un regalo de lo alto. Cuando escuchan la Palabra de Dios, se llenan de gozo en lo más profundo de su ser y sienten la urgencia de comunicar y anunciar a los hermanos el alegre mensaje de la Pascua (cfr. Hch 4,33). A partir del testimonio de los apóstoles y discípulos sobre la resurrección de Jesucristo, Él será siempre la razón última de las decisiones y comportamientos de sus seguidores, porque “Él es el Señor” (cfr. Jn 21,7).

 

       En virtud del bautismo, los cristianos estamos convocados a vivir de la Pascua de Cristo y, por tanto, nuestras acciones y comportamientos deberían reflejar siempre la alegría y el gozo del paso permanente del Señor por nuestras vidas. ¿Nos invade la tristeza y la angustia ante las dificultades de la vida?. ¿Los obstáculos para la evangelización los vemos como retos a superar con la ayuda de Dios o nos llevan a la desesperanza?. ¿Somos conscientes de que los tiempos actuales son tiempos de gracia y salvación porque son tiempos de Dios?. La respuesta a estos interrogantes tiene que ayudarnos a asumir que, si Dios no viene y se acerca a nosotros, no podemos encontrar salvación definitiva ni alegría auténtica.

 

       El mundo de hoy necesita evangelizadores alegres, que reflejen en su rostro la felicidad de saberse amados por Dios. Un evangelizador triste y sin esperanza no podrá mostrar a los demás la alegría y la paz que produce el encuentro con Cristo muerto y resucitado, estará incapacitado para el anuncio del Reino y le faltará la fortaleza interior para trabajar por la implantación de la Iglesia en el mundo.

 

       Ya el Papa Pablo VI afirmaba que, ante las constantes búsquedas de sentido y ante la necesidad de razones fundadas para la esperanza, el ser humano necesita «recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes y ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo»[14].

 

 

3. TENTACIONES CONTRA LA FE

 

       Los cristianos hoy podemos experimentar muchas tentaciones al comprobar las dificultades para vivir, celebrar y transmitir la fe a nuestros semejantes. Esto no debe asustarnos ni extrañarnos pues el mismo Señor, en distintos momentos de su vida, fue tentado en el cumplimiento de la misión confiada por el Padre y fue invitado a seguir caminos distintos a los trazados por Él (cfr. Mt 4,1-11; Mc 8,31-33; Mt 27,39-44). Si nos fijamos, las tentaciones de Jesús son las mismas que nos están afectando hoy a los cristianos y a la Iglesia, invitándonos a abandonar el cumplimiento de la voluntad divina y las enseñanzas evangélicas.

 

       En ocasiones, a los cristianos se nos presenta la tentación de actuar desde el poder, desde la búsqueda de la fama, desde la obsesión por el bienestar material, desde la necesidad de llegar a resultados tangibles en la acción pastoral, aferrándonos a la consecución de los objetivos que nos habíamos propuesto. En otros momentos, podemos estar pensando también en un Evangelio distinto al predicado por Jesús que nos proporcione el triunfo y el reconocimiento social. Aunque podríamos detenernos a analizar cada una de estas tentaciones, sin embargo voy a fijarme solamente en algunas.

 

a) La tentación de la impaciencia

 

       El Papa Benedicto XVI, en distintos momentos de su pontificado, ha hecho referencia a la tentación de la impaciencia, que puede afectarnos a todos en algún momento de la vida. Ante la sequía vocacional y la indiferencia religiosa, corremos el riesgo de pensar que con el impulso de la nueva evangelización las cosas van a cambiar radicalmente, se multiplicarán las conversiones y volverán al seguimiento de Jesucristo las multitudes que se han alejado de la Iglesia durante estos años pasados.

 

Ciertamente ninguno de nosotros puede conocer los caminos que Dios tiene previsto recorrer con la humanidad durante los años venideros. Ahora bien, a la hora de impulsar la nueva evangelización o de emprender cualquier actividad pastoral, es necesario tener en cuenta la parábola evangélica del grano de mostaza (cfr. Mc 4,31-32). Como todos sabemos muy bien, la semilla de la mostaza es muy pequeña, pero con el paso del tiempo se convierte en un arbusto importante, haciendo posible que las aves del cielo puedan anidar en sus ramas.

 

Cuando aplicamos esta parábola a la Iglesia de Jesucristo, podemos comprobar que cada año crece el número de hombres y mujeres que, respondiendo a la invitación divina, desean posarse en sus ramas. Hemos de dar incesantes gracias a Dios por estas conversiones, pero no podemos ser conformistas. Cumpliendo el gozoso encargo del Señor, hemos de invitar a otros a posarse en las ramas del árbol, pero teniendo presente que la iniciativa es siempre de Dios y tendrá lugar cuando Él lo considere oportuno (cfr. Mc 4,26-29).

 

            Si nos fijamos, a lo largo de la historia, las grandes realizaciones siempre proceden del pequeño grano. Los movimientos de masas suelen ser siempre efímeros. Desde los primeros momentos de la Iglesia, vemos que las pequeñas comunidades cristianas fueron, a pesar de su pequeñez, la semilla que, sembrada en el corazón del mundo, tuvo la capacidad de germinar, de dar ramas y de producir frutos. Por lo tanto, no podemos conformarnos con la seguridad del árbol ya existente ni actuar con la impaciencia de tener un árbol más grande. Debemos vivir cada momento, cada instante de la existencia, aceptando que la Iglesia es al mismo tiempo un árbol muy grande y un grano muy pequeño.

 

b) La tentación de rechazar la cruz

 

       La meditación de la Palabra de Dios nos ayuda a descubrir que la vida de Jesucristo fue un constante caminar hacia Jerusalén, hacia la cruz. Los discípulos no entienden el mensaje de la cruz, pues estaban esperando los primeros puestos de un reino imaginario. Incluso Pedro le dice a Jesús que eso de ir a la cruz no puede sucederle de ninguna manera. Jesús tendrá que recriminarle con dureza su forma de pensar: «Apártate de mí, Satanás, tú piensas como los hombres y no como Dios» (Mc 8,33).

 

       El apóstol Pablo no cosechó grandes aplausos de sus oyentes por la brillantez de sus discursos, sino que llevó a cabo su misión apostólica desde el sufrimiento, la cárcel, las privaciones y la vinculación a la pasión de Cristo. Por eso dirá: «Dios me libre de gloriarme si no es de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo» (1 Co 2,1-5). El mismo Jesús dirá que no se dará otra señal a su generación para demostrar que es el Mesías de Dios, si no es la señal de Jonás. Lo mismo que Jonás estuvo tres días en el vientre de la ballena, así estará tres días el Hijo del Hombre en el seno de la tierra.

 

       San Agustín se refiere en sus escritos a la necesidad del sufrimiento y de la cruz para llevar a cabo la evangelización. Concretamente, cuando comenta el pasaje evangélico en el que Jesús invita a Pedro a “apacentar sus corderos”, después de preguntarle si lo amaba, dice San Agustín que el apacentar los corderos equivale a decir “sufre por mis corderos” (cfr. Jn 21). No podemos dar vida a otros sin entregar nuestra vida. La expropiación de la propia vida por Dios y por los demás es lo que puede proporcionar vida a los demás. «El que entregue su vida por mí, la salvará» (Mc 8,35).

 

       Quien ama de verdad a sus hermanos experimenta siempre el sufrimiento al comprobar los problemas y dificultades con los que tienen que convivir cada día. A veces, ante las dificultades para la evangelización, ante la incomprensión del mundo y ante el desprecio de los demás, todos corremos el riesgo de cerrarnos en nuestro caparazón, de asustarnos ante la presencia de la cruz y de no hacer nada para que no nos lluevan las críticas.

 

       De alguna forma, tendríamos que reconocer que nos falta la valentía necesaria para asumir la cruz como camino verdadero para llegar a ser auténticos discípulos de Jesucristo: «El que quiera ser discípulo mío, tome su cruz sobre sí y sígame» (Mt 16,24). «El que no cargue con su cruz, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,27). La cruz, asumida por amor, siempre culmina en la Pascua, en el triunfo.

 

c) Las tentaciones del conformismo y del activismo

 

       Las tentaciones del conformismo y del activismo suelen presentarse en la vida de aquellos cristianos que piensan la evangelización desde sí mismos y que pretenden llevarla a cabo contando únicamente con sus técnicas, formación y esfuerzos personales. De alguna forma, las tentaciones del conformismo y del activismo son la consecuencia lógica de la falta de ardor misionero de aquellos evangelizadores que están siendo afectados por la secularización interna de la Iglesia.

 

       Los evangelizadores hiperactivos, los que siempre están ocupados y no tienen tiempo para nada, han olvidado en la mayor parte de los casos la relación con Dios y, sobre todo, han olvidado que el Espíritu Santo actúa constantemente en la Iglesia y en el corazón del mundo como artífice principal de la evangelización. Confían más en sus esfuerzos y en su actividad que en la fuerza transformadora del Espíritu.

 

       En el extremo opuesto tendríamos que situar a los cristianos que, ante las dificultades del momento presente para llevar a cabo la evangelización y ante la falta de resultados tangibles en la acción evangelizadora, consideran que no es posible evangelizar y, por tanto, es conveniente esperar la llegada de tiempos mejores. Suelen ser personas incapaces de aceptar los consejos y testimonios de los demás, defensores de las prácticas religiosas de tiempos pasados, aunque comprueben su ineficacia. Unos y otros han olvidado que «ni el que planta ni es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer» (1 Co 3,7). Todos somos colaboradores de Dios y servidores de Cristo.

 

       Ante estas tentaciones una vez más debemos poner nuestros ojos en el Señor. Él experimentó las tentaciones durante los años de su vida pública y nos enseñó a vencerlas con la oración, el ayuno y, sobre todo, con la fuerza de la Palabra de Dios, escuchada y meditada en la comunión eclesial: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4).

 

 d) La tentación del desaliento

 

       El beato Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI, además de invitarnos a recuperar el ardor misionero de los primeros cristianos para impulsar la nueva evangelización, nos proponen con insistencia la necesidad de buscar nuevos métodos pastorales, nuevas formas de proponer la fe. Estamos ante una realidad social y cultural totalmente nueva y esto nos exige a todos encontrar nuevos caminos y nuevas formas para la transmisión de la fe.

 

       La búsqueda de estos nuevos caminos es lenta. En ocasiones preferimos la seguridad de los caminos recorridos en otros tiempos para transmitir la fe, aunque veamos que no son adecuados ni producen los frutos esperados. A todos nos cuesta escuchar la voz de Dios, que nos habla desde la realidad de increencia e indiferencia religiosa, para responderle con decisión y valentía y para emprender nuevos caminos en la acción pastoral. En otros casos, estamos dispuestos a dar el paso pero nos falta el apoyo de los hermanos y preferimos esperar a que todos los descubran.

 

       Estas indecisiones personales y la falta de fe de bastantes bautizados, especialmente jóvenes, pueden llevarnos al desaliento y a la huida, al comprobar que las acciones pastorales que proponemos no encuentran el apoyo esperado. Todos corremos el riesgo de cerrarnos en el grupo de amigos y de permanecer en la añoranza del pasado.

 

       Ante las tentaciones, el Señor nos invita a permanecer vigilantes y a escucharle para descubrir qué podemos y debemos hacer en cada momento de la vida. En este sentido, hemos de tener siempre muy presente que Dios no nos pide nunca cosas imposibles sino la realización del bien posible. Por eso, en medio de las dificultades, nadie puede impedirnos amar a Dios y a los hermanos, buscando en todo momento la voluntad del Padre.

 

       Teniendo en cuenta la realidad de indiferencia religiosa y pensando con criterios humanos, no podemos esperar grandes resultados de la acción pastoral, pero a nosotros el Señor nos pide que sembremos la buena semilla en todos los terrenos. Sólo a Dios le corresponde señalar el tiempo de la cosecha y el fruto de la siembra. Esto nos impulsa a poner toda nuestra confianza en el amor del Padre, en la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y en la acción del Espíritu Santo.

 

       Impulsados por este amor de Dios y por la promesa de su presencia en medio de nosotros hasta el fin de los siglos, hemos de pedir la ayuda divina para superar los cansancios del trabajo diario y la fuerza necesaria para seguir sembrando cada día, aunque nos parezca que no existen resultados. Lo que ocurre en el interior de cada persona sólo Dios y el interesado lo conocen.

 

 

4. ALGUNAS CUESTIONES QUE DEBERÍAMOS CLARIFICAR PARA VIVIR Y CONFESAR LA FE

 

       La misión de la Iglesia y, por tanto, la de cada cristiano es la evangelización. En estos momentos, el Santo Padre nos invita a una “nueva evangelización”. Pero, para evangelizar, además de conocer la realidad a la que somos enviados por el Señor y de avanzar en nuestra renovación espiritual, pues nadie puede dar lo que él no cree o vive, deberíamos tener en cuenta un conjunto de condicionantes que son una rémora para impulsar la actividad pastoral.

 

       Asumiendo que el Evangelio es un bien y un regalo de Dios para cada ser humano, hemos de salir al mundo con la profunda convicción de que todos, aunque no lo manifiesten explícitamente, necesitan conocer a Jesucristo para llegar a creer y convertirse a Él, para gozar de su amistad y para alcanzar la vida eterna.

 

       Ahora bien, antes de salir al mundo, hemos de clarificar un conjunto de tópicos o de expresiones populares que están muy extendidos entre los creyentes y entre quienes no lo son, pues de lo contrario será imposible abrazar con alegría el don de la fe. Por supuesto, en esta enumeración de dificultades no pretendo ser exhaustivo. Cada uno podrá añadir otras que considere necesario tener en cuenta para vivir la propia fe y para poder comunicarla a los demás.

 

a) Creer es mucho más importante que no creer

 

       Con alguna frecuencia nos encontramos con personas que no se atreven a formular el acto de fe, porque no la consideran necesaria ni fundamental para explicar su vida y su quehacer en el mundo. Junto a estos hermanos, también podemos descubrir a bastantes católicos que tienen miedo a confesar públicamente su fe en Jesucristo, viven acomplejados y no tienen razones fundadas para defender sus convicciones religiosas. El ambiente de increencia, las críticas sesgadas a la Iglesia y el desprecio de lo religioso por parte de algunos sectores sociales están influyendo muy negativamente en la vivencia de la fe por parte de bastantes bautizados y les están condicionando a la hora de manifestar públicamente sus convicciones religiosas.

 

       La toma de conciencia de esta realidad tendría que ayudarnos a los creyentes a valorar y cuidar con esmero y dedicación el don de la fe, pues ser creyente es mucho más importante que no serlo. La fe no puede ser algo extraño a la persona ni algo opcional. Cuando el ser humano prescinde de la fe y de la relación con Dios es siempre un poco más pobre, pues sin la fe en Dios la existencia humana queda frustrada. Quien no conoce a Jesucristo o lo rechaza positivamente no podrá decir nunca que haya logrado la plenitud de su humanidad.

 

       La verdadera vida humana es, ante todo, vida de relación y de amistad con Dios y con los hermanos, por medio de Jesucristo. Las personas que no hayan tenido la dicha de haber experimentado esta relación de amistad se quedan a medio camino en la realización de su propia humanidad. Si alguien se cierra a esta oferta, está negando la verdad de su humanidad y, consecuentemente, está deformando lo que él mismo es y tiene.

 

       El ser humano es uno en cuerpo y alma. Por tanto, cuando es visto solamente como pura materialidad, no experimentará la necesidad de Dios ni de su salvación. Pero, si el ser humano, además de materia, es espíritu, necesitará en todo momento de un ser espiritual, eterno y omnipotente, que sea capaz de saciar las aspiraciones de eternidad y los deseos más profundos del corazón humano. San Agustín, refiriéndose a estos sentimientos del corazón humano, oraba así a Dios: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

 

       Quien cree en Dios puede experimentar lo que significa ser hijo suyo, pertenecer a una familia de hermanos, recibir el perdón de los pecados, asumir los sufrimientos de la vida y la misma muerte en comunión con los padecimientos de Cristo, confiando siempre en sus promesas de heredar un día la vida eterna. Quien no cree en Dios o vive de las pequeñas esperanzas de cada día solo encontrará respuestas pasajeras a los interrogantes de la existencia, pero no encontrará nunca las respuestas permanentes y definitivas a sus ansias de infinito y deseos de eternidad. Todo su quehacer, todas sus inquietudes y preocupaciones quedarán truncados con la muerte física.

 

       A la hora de valorar y de cuidar nuestra fe, no deberíamos perder nunca de vista que el testimonio público de la misma, no es sólo una ayuda valiosa para mostrar la verdad de nuestra identidad cristiana, sino que es la forma más eficaz de hacer llegar el amor y la salvación de Dios a nuestros semejantes. El hombre de hoy cree más a los testigos que a los que enseñan y, si escucha a estos, es porque también dan testimonio[15].

 

b) Asumir las dificultades para la transmisión de la fe

 

       Hoy todos experimentamos dificultades para la transmisión de la fe. Aunque nos parezca lo contrario, la Iglesia siempre ha encontrado obstáculos para evangelizar. El mismo Jesucristo prevenía a sus discípulos ante las dificultades que encontrarían en el cumplimiento de su misión cuando les recordaba que la suerte del discípulo no podía ser distinta a la del Maestro. Si el Maestro fue rechazado y despreciado a pesar de la radicalidad de su vida y de sus comportamientos, el discípulo deberá estar siempre preparado para aceptar de buen grado los desprecios y la incomprensión de sus semejantes (cfr. Mt 10,24-25; Jn 15,18).

 

       Por lo tanto, hemos de esperar las dificultades y contar siempre con ellas. Como ya he señalado anteriormente, estas dificultades, en ocasiones, proceden del exterior, de los criterios de la secularización y del relativismo cultural; pero, en otros casos, proceden del interior de la Iglesia, de la secularización interna de la misma y de la falta de ardor en los evangelizadores. No voy a referirme ahora a estas dificultades, sino a aquellas que provienen de los destinatarios de la misión y que hemos de tener siempre muy presentes a la hora de evangelizar.

 

       Cuando contemplamos las dificultades para la vivencia de la fe por parte de algunos hermanos y cuando pensamos en la posibilidad de transmitirla a otros, deberíamos tener muy en cuenta el ambiente familiar y las relaciones sociales en las que cada persona ha vivido. Pueden existir condicionamientos personales de tipo cultural, familiar o social que hacen difícil responder positivamente a Jesucristo por parte de algunas personas. La carencia de amor y de afecto en el hogar familiar durante la niñez, la falta de un verdadero despertar religioso en el momento adecuado, las falsas imágenes de Dios y el influjo de algunos comportamientos negativos por parte de los cristianos pueden estar condicionando la respuesta generosa a Dios por parte de algunos hermanos.

 

       En la acción evangelizadora y, por tanto, en la transmisión de la fe a nuestros semejantes, hemos de tener muy en cuenta los condicionamientos anteriormente señalados. Esto nos ayudará a cuidar la acogida cordial y el acompañamiento personal, sabiendo escuchar y esperando el momento oportuno para presentar a Jesucristo. Si no eliminamos las dudas y las dificultades, que impiden creer, mediante la adecuada preparación, muchos hermanos no podrán acoger a Jesucristo como Buena Noticia para sus vidas.

 

       Tenemos que proclamar el Evangelio a todos y tenemos que ayudar a cada uno a vivir el encuentro personal con Jesucristo, convencidos de la fuerza del mensaje y de la importancia del mismo para el hombre de todos los tiempos, pero, en estos momentos, como ocurrió también en tiempos pasados, hemos de dedicar tiempo a la escucha para conocer la situación concreta de cada persona y para ayudarle a responder en su momento a la llamada de Dios con la ayuda de la gracia divina.

 

       El Papa Pablo VI señalaba en su día que el evangelizador, además del amor fraternal hacia aquellos a los que quiere evangelizar o transmitir la fe, debe también respetar su situación religiosa y espiritual. «Respeto a su ritmo, que no se puede forzar demasiado. Respeto a su conciencia y a sus convicciones, que no hay que atropellar»[16].

 

c) Fe y razón

 

       Los progresos de la ciencia y los avances de la técnica en las últimas décadas han suscitado en algunos ambientes de la sociedad la convicción de que sólo son admisibles aquellas verdades que se pueden demostrar científicamente. Partiendo de esta visión de la realidad, habría que llegar a la conclusión de que la religión y las convicciones religiosas no tienen sentido, puesto que no son demostrables científicamente. Como mucho deberían quedar relegadas al ámbito de la propia conciencia, pero sin ninguna manifestación pública.

 

       Quienes sostienen que sólo existe aquello que es demostrable científicamente, seguramente no se han parado a pensar que la razón humana tiene distintos usos y, por tanto, lo irracional sería reducirla a un solo uso, como ellos pretenden. Lo que no se ajusta a la razón científica o la supera no es irracional, pues todos sabemos muy bien que existen distintas dimensiones de la persona, en las que nos jugamos el presente y el futuro de la existencia, para las que no habría respuestas convincentes al no ser demostrables con argumentos científicos.

 

       Además, si reducimos la actividad de la razón humana solamente a los conocimientos científicos, nos veríamos obligados a relegar a un segundo plano el conocimiento ordinario. Y, sin embargo, este tipo de conocimiento nos dice que el conocimiento científico tiene muy poca importancia cuando se trata de responder a las preguntas últimas de la existencia humana, como pueden ser el sentido de la vida, el porqué de la muerte y el más allá de la existencia terrena.

 

       La experiencia nos dice que las respuestas convincentes a estas preguntas últimas, que todo ser humano tiene que plantearse en algún momento de su peregrinación por este mundo, sólo pueden encontrarse en las creencias y en las experiencias religiosas vividas por cada uno a lo largo del camino. Estas convicciones de fe pueden no ser demostrables científicamente, pero esto no debe preocuparnos demasiado, pues la ciencia sólo puede responder al “cómo” de las cosas, pero no al “porqué” de las mismas.

 

       De acuerdo con lo dicho, queda claro que no podemos cesar en la búsqueda de soluciones y de respuestas racionales a los problemas e interrogantes que la vida nos plantea. Pero, al hacerlo, hemos de tener muy presente que la fe no es ningún obstáculo para encontrar las respuestas más adecuadas y convincentes a dichos interrogantes. Al contrario, la fe estimula e impulsa a la razón a plantearse las cuestiones más profundas que afectan al sentido último de la existencia humana.

 

d) Fe y vida

 

       La disociación entre la fe y la vida es uno de los grandes pecados de nuestra época. De hecho, cuando contemplamos la realidad, todos podemos comprobar que, en los comportamientos de bastantes bautizados, las creencias y las prácticas religiosas avanzan en una dirección y los comportamientos familiares y sociales van en dirección opuesta. Lo que creen y conocen sobre Dios ocupa un espacio en su mente, pero lo que dicen y hacen puede no coincidir en nada con sus creencias y prácticas religiosas.

 

       Teniendo esto en cuenta, podríamos decir que la piedad derivada de este tipo de religiosidad sólo acompaña a las personas durante la participación en las celebraciones sacramentales y litúrgicas. Una vez concluida la participación en estas celebraciones de fe, se puede seguir viviendo tranquilamente de acuerdo con los criterios del mundo sin asumir la contradicción que esto supone. De este modo, muchos bautizados pueden estar viviendo una “doble vida” sin asumir la contradicción y la inconsecuencia que esto lleva consigo.

 

       Ciertamente es preciso valorar el testimonio valiente y consecuente de muchos cristianos sencillos que cada día oran con fe, participan en la celebración de la Eucaristía, atienden a los necesitados y ofrecen su servicio callado y humilde a quienes solicitan su colaboración. Pero, junto a estos hermanos, también encontramos a otros que viven de unas prácticas religiosas rutinarias y sin incidencia en la vida. En este sentido, es posible encontrar a bautizados que colaboran en las distintas actividades pastorales de la parroquia y no han asumido ellos mismos lo que están transmitiendo o enseñando a los demás.

 

       Todos somos pecadores y, por tanto, estamos necesitados de la misericordia divina, pero no podemos caer en la contradicción de servir a dos señores. Si nos ponemos ante el Señor con una actitud de fe y contemplamos sus comportamientos y enseñanzas, experimentaremos siempre la llamada a ser consecuentes y a no vivir con el corazón dividido. Lo que creemos tiene que impulsarnos a celebrarlo, vivirlo y confesarlo.

 

 e) Fe y prácticas religiosas

 

       En el análisis de la realidad afirmaba que un número muy importante de españoles manifiesta públicamente su pertenencia a la Iglesia católica. Sin embargo, sólo un grupo reducido confiesa ser practicante. Si tenemos en cuenta los resultados de las encuestas, podríamos concluir que algunos bautizados afirman ser católicos, pero no experimentan la necesidad de confesar su identidad creyente, participando con los restantes miembros de la comunidad cristiana en la celebración de los sacramentos, ni sienten rubor al manifestar que son “católicos, pero no practicantes”.

 

       Desde el profundo respeto que me merece cada persona, con cierta frecuencia me pregunto: ¿Cómo es posible afirmar que se cree en Jesucristo, muerto y resucitado por la salvación de la humanidad, y no acudir después al encuentro con su Palabra y con su Persona bajo las especies sacramentales del pan y del vino en la Eucaristía? ¿Cómo se puede rezar el Credo diciendo que creemos en la vida eterna y no acoger la Eucaristía como alimento de vida eterna? ¿Estaremos verdaderamente convencidos de que, bajo las especies del pan y del vino consagrados por la efusión del Espíritu Santo, Cristo resucitado se hacer real y verdaderamente presente para seguir salvando al mundo?

 

       Si queremos renovar nuestra fe y superar con decisión la disociación entre la fe y las prácticas religiosas, es preciso que cada uno responda con sinceridad a las preguntas formuladas anteriormente. Para ello, además de abrirnos a la acción del Espíritu Santo en nosotros, necesitamos profundizar en la relación con Dios a través de la oración y la formación cristiana.

 

       Esto nos ayudará a reconocer que no podemos seguir viviendo con una fe infantil e inmadura. La formación cristiana, recibida durante los años de la niñez a través de la catequesis familiar o parroquial, sirvió para vivir la fe en aquel momento, pero, con el paso de los años, al igual que ocurre en otros aspectos de la vida, necesitamos madurar y crecer en la formación cristiana para responder a los nuevos retos de la existencia.

 

       El cristiano no puede perder nunca de vista que, tanto el seguimiento de Jesucristo como el compromiso creyente en la vida pública, le exigen madurar en la búsqueda de la voluntad de Dios y en la formación cristiana. Quienes no estén dispuestos a asumir esta necesidad de la formación para crecer en la adhesión y en el seguimiento de Jesucristo, permanecerán siempre en la vivencia de una religiosidad infantil aunque cumplan años.

 

       En ocasiones, es verdad que todos podemos caer en las prisas o incurrir en la rutina a la hora de vivir la relación con Dios, pero esto no nos exime de la necesidad de encontrarnos con Cristo vivo, presente en su Palabra y en los Sacramentos, que sale constantemente a nuestro encuentro para que escuchemos con fe sus enseñanzas, para que nos alimentemos sacramentalmente de su Cuerpo resucitado y glorioso y, de este modo, podamos avanzar con decisión en el camino de la fe aprendiendo diariamente a ser discípulos.

 

 

 

5. ACCIONES PASTORALES PARA FORTALECER LA FE

 

        La principal misión de la Iglesia es la evangelización. Esta siempre es nueva porque se trata de ofrecer a todos los hombres la novedad de Cristo, el único Salvador de los hombres y la respuesta definitiva a los interrogantes del corazón humano. Como señalan los Lineamenta del próximo Sínodo de los Obispos: «En el corazón del anuncio está Jesucristo, en el cual se cree y del cual se da testimonio. Transmitir la fe significa esencialmente transmitir las Escrituras, principalmente el Evangelio, que permite conocer a Jesús, el Señor»[17].

 

       Partiendo de la centralidad de Jesucristo en la vida cristiana y teniendo en cuenta las aportaciones del Consejo del Presbiterio y del Consejo Pastoral Diocesano, además de invitaros a todos a participar en la solemne apertura y clausura del “Año de la fe”, os animo a formar pequeños grupos en las parroquias, en los movimientos apostólicos y en las restantes realidades eclesiales para llevar a cabo una lectura creyente y orante de la Palabra de Dios.

 

       Esta lectura meditativa y orante de la Palabra de Dios nos ayudará a crecer en la comunión eclesial, en la corresponsabilidad evangelizadora y, sobre todo, nos permitirá escuchar al Señor para crecer en la adhesión a su Persona, para descubrir la voluntad del Padre y para asumir la urgencia de formar comunidades misioneras, maduras en la fe y dispuestas a recorrer el camino de la santidad. Esta escucha orante de la Palabra de Dios deberá ser la fuente de donde mane el agua que riegue las restantes actividades pastorales y evangelizadoras.

 

       Al mismo tiempo que pedimos al Señor que renueve nuestra fe mediante la acción del Espíritu Santo, hemos de hacer también una revisión de las prácticas de piedad popular, de los procesos de iniciación cristiana, de la catequesis y del primer anuncio como medios adecuados para reavivar la fe o para suscitarla en los alejados. Esta revisión nos ayudará a prestar especial atención a la formación de los catequistas, a la acogida y acompañamiento de los padres que piden los sacramentos para sus hijos y a la animación de todos los miembros de la comunidad parroquial para que asuman con generosidad la acción misionera de la Iglesia.

 

       Además, puesto que el sacramento de la confirmación debiera ser el sacramento de la madurez cristiana, os animo a todas las parroquias a celebrar este sacramento conjuntamente el próximo año en la Catedral de Sigüenza y en la Concatedral de Guadalajara. Con esta celebración podremos vivir la fraternidad eclesial y la comunión en la misma fe. Las fechas de estas celebraciones se propondrán en el momento oportuno.

 

        Puesto que la fe nace de la escucha de la Palabra, os propongo también, especialmente a los sacerdotes, que sigáis ofreciendo momentos de oración en las parroquias, como ya lo estáis haciendo en algunas, para que todos los fieles tengan la oportunidad de crecer en la conversión a Jesucristo. Asimismo, como la fe no puede entenderse sin la caridad, os invito también a que sigáis cuidando la actividad caritativa de todos los miembros del Pueblo de Dios para que, además de la ayuda material a los necesitados, se produzca la entrega y donación de cada uno a quienes están solos, enfermos o abandonados.

 

       Teniendo muy presente el testimonio creyente de los primeros cristianos, os animo también a rezar cada día el Credo en comunión con todos los creyentes, especialmente con quienes sufren marginación o persecución por dar testimonio de su fe en Jesucristo. De este modo, recordando los compromisos asumidos en el bautismo, podremos guardar las verdades de la fe en el corazón para descubrir si realmente vivimos lo que decimos con los labios.

 

       La Santísima Virgen, además de intercesora nuestra ante su Hijo, es modelo de fe para todos los cristianos, pues creyó en el cumplimiento de las promesas divinas. Para meditar sobre la fe de María, en todos los arciprestazgos podría organizarse a lo largo del año una peregrinación a algún santuario mariano. Ella nos ayudará a confesar la fe en el Señor resucitado y nos impulsará a seguir transmitiendo a las generaciones futuras la fe de siempre.

 

            De forma especial quiero dirigirme también a los jóvenes, animándoos a vivir con alegría vuestra fe en medio de las dificultades de nuestro tiempo. Buscad en todo momento lo que el Señor quiere de vosotros y Él “os dará lo que desea vuestro corazón” (cfr. Sal 36). Pero para ello es necesaria la oración, el silencio, la escucha de la Palabra de Dios, la intimidad con Jesucristo. Como al joven rico, el Señor os invita a ponerle en el centro de vuestras vidas, renunciando a los “falsos dioses” que os roban la felicidad, ya que sólo el Señor puede colmar vuestros anhelos más grandes.

 

       También invito a los padres de familia a llevar a cabo con alegría la misión de transmitir la fe a sus hijos, haciendo del hogar familiar una verdadera “Iglesia doméstica” donde se anuncie y se celebre la Palabra de Dios y los hijos aprendan de los padres a crecer en el camino de la santidad.

 

 

CONCLUSIÓN

 

       La fe tiene que ayudarnos a todos a conocer a Dios internamente, a escuchar sus enseñanzas y a seguirle como luz verdadera en el camino de la existencia y como esperanza segura para alcanzar un día la vida eterna. En definitiva, la fe tiene que impulsarnos a confiar menos en nosotros mismos y a poner incondicionalmente nuestra confianza en el Señor para que se cumpla en todo momento su voluntad sobre nosotros y sobre el mundo.

 

       Al pensar en la nueva evangelización hemos de tener muy presente que no se trata solamente de buscar nuevos métodos y nuevas formas para el anuncio del Evangelio, sino en ponernos cada uno a la escucha de la Palabra de Dios para vivir la experiencia de la comunión con Jesucristo mediante la acción del Espíritu Santo. De este modo podremos crear las condiciones necesarias para una fe pensada, celebrada, vivida y rezada.

 

       Que María, la mujer bienaventurada que se fió de Dios y puso en Él su esperanza, nos acompañe en este “Año de la fe” para que no tengamos miedo a ponernos en las manos de Dios y para que, como Ella, mantengamos siempre los ojos del corazón fijos en Jesucristo, el único Salvador del mundo.

 

        Con sincero afecto, invoco la bendición de Dios sobre todos vosotros

 

  Guadalajara, 4 de octubre de 2012

 

 + Atilano Rodríguez Martínez

 Obispo de Sigüenza - Guadalajara

 

[1] Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, n. 1.

[2] Ibid. n. 2.

[3] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa, n. 47.

[4] Ibid, n. 47.

[5] Catecismo de la Iglesia Católica, 176.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 179.

[7] Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, n. 1.

[8] Catecismo de la Iglesia Católica, 167.

[9] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa, n. 50.

[10] Conferencia Episcopal Española, Plan Pastoral 2002- 2005. Una Iglesia esperanzada. “¡Mar adentro!” (Lc 5, 4), n. 16.

[11] Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, n. 10.

[12] Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte, n. 33.

[13] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis, 6.

[14] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 80.

[15] Cfr. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 41.

[16] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 79.

[17] Lineamenta para la XIII Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, n. 2.

 

 

 


SONRIENDO DESDE EL CIELO

 

Queridos hermanos, el día 28 fallecía nuestro hermano sacerdote Don Benjamín, Benja para todos sus amigos, y os puedo asegurar que son y somos muchos.

 

Al enterarme de su fallecimiento el corazón se encogió, pero también se alegró, se encoge porque pierdes un amigo, pierdes un instrumento en manos del Señor que siempre estaba dispuesto ayudar, a darse a los demás, pierdes esa sonrisa que siempre estaba en su rostro, y pierdes ese abrazo que transmitía dulzura, cariño, apoyo, amistad y sobre todo en ese abrazo sentías la fuerza de un hombre de Dios.

 

Pero como os decía también sientes como el corazón se alegra, porque sabes que Dios le tiene un lugar especial, porque sabes que El ha vivido como un buen cristiano, como un buen sacerdote para este momento, para el momento del encuentro con el Padre, y ahora sé, que contamos con una fuerza mayor desde el cielo que seguirá velando por todos los que hemos ido formando parte en su vida.

 

Le dábamos un adiós lleno de emociones en Marchamalo, rezamos el rosario, y celebramos la Eucaristía, después tuvimos una vigilia de oración y entre canciones, reflexiones y recuerdos, fuimos recorriendo cada rincón por donde pasó. Yo al recordar su paso por la vida del movimiento de Cursillos recordaba la fuerza y la alegría con la que testimoniaba a Cristo vivo, y para mí y muchos fue alguien que me enseñó a crecer en mi amor a Cristo y en mi amor a la Iglesia.

 

Siempre tendrás un lugar especial en nuestros corazones, y como nos decía Miguel, sacerdote, las flores se marchitan, el dolor pasa pero una oración siempre llega al Padre, así que recemos y le tengamos presente en nuestras oraciones.

 

Para finalizar, la cita que ponían en la estampa de la Virgen Madre que nos dieron:

 

“Dice Jesús: No perdáis la calma creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias y me voy a prepararos sitio”.

                                                                                                                         S. Juan 14.

 

 

Unidos en oración y siempre ….

 

 

Gracias a Dios por el regalo de Benjamín en nuestras vidas.

 

Ana Isabel Gil

 


El pasado 22 de enero se celebró una Escuela abierta. En ella, el tema de estudio fue la encíclica Porta Fidei.

 

Este es el esquema de la sesión.

 

¿Por qué un Año de la fe?

 Objetivo

 ¿Cómo entender la fe?

Con la mirada puesta en Jesucristo

 Propuestas

 

Si te interesa saber más sobre este trabajo, descarga el siguiente documento, donde encontrarás la propuesta completa.

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Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron.


El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.


La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la paz perfecta.


La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico.


Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, él miró tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en su nido...


¿Paz perfecta... ? ¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?


El Rey escogió la segunda. ¿Sabes por qué?


El rey explicaba que "Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz."


¿Y tú... ?.... ¿sabes dónde o con quién está la verdadera paz de tu corazón?... 

 


Historia de mi confirmación.


 

   El Domingo 18 de Noviembre de 2012,tuvo lugar mi CONFIRMACION. No fue una confirmación normal, ya que tengo 48 años. Tome la comunión como cualquier niña a los 9 años, y por aquel entonces, en la parroquia de mi barrio una vez terminado ese periodo de catequesis ya no nos preparaban para nada mas, yo no recuerdo que ninguna de mis amigas o conocidas del barrio tengan ese sacramento recibido(desde luego con las que mantengo contacto, ninguna, yo soy la primera en recibir al Espíritu Santo).Tengo una prima de mi misma edad que vive en el pueblo, que si se confirmo en su momento, cuando se suponía que  yo también debería de haberlo hecho, pero cada una vivíamos en un lugar diferente y las situaciones eran distintas(en el pueblo si se hacía catequesis de confirmación y confirmaban a los adolescentes, en mi barrio, un barrio  obrero de Madrid no estaba de moda, no se estilaba),con lo cual envidie a mi prima por estrenar traje nuevo y tener una foto con el entonces obispo de Ávila, cosas de adolescentes(era más importante tener una foto y estrenar un traje que recibir un sacramento).Con el paso de los años echaba en falta no estar confirmada, cada vez era más consciente de que me faltaba un sacramento que para mi sí que era importante.

      Hace aproximadamente un año y medio hice un cursillo de cristiandad el 56 misto. Desde este momento la vida me empezó a cambiar, para mejor, cuando salí del cursillo una de las cosas que decidí hacer,  fue formar parte de mi parroquia ayudando en lo que me necesitaran, así fue como entre en el grupo scouts como responsable y hablando entre todos descubrimos que éramos muchos los que estábamos sin confirmar y queríamos hacerlo, nuestro grupo scouts es católico y pertenecemos a una parroquia en la cual se centran casi todas nuestras actividades, queríamos dar ejemplo a nuestros chicos y sobre todo y la razón más importante es que nosotros necesitábamos recibir al espíritu santo en nuestras vidas.

      El recuerdo de este día va a ser algo muy especial, en todo momento fui consciente de lo que quería hacer, nadie me lo impuso, fui de forma totalmente voluntaria a mi encuentro con el espíritu santo, con la mente y las ideas claras de lo que significaba en mi vida. El vacío que tenía ya lo he llenado, me siento plena, en paz conmigo misma ya tengo todos los sacramentos. Un poco tarde........bueno ,yo creo que nunca es tarde, ha sido cuando el señor lo tenía dispuesto para mí y me ha permitido disfrutarlo desde la madurez y la paz que dan los años, no envidie a mis compañeros confirmados de 15 o 17 años, no sé si ellos lo vivieron con la misma intensidad que lo viví yo y con el mismo sentimiento de gran felicidad.

 

 

 

                                           Mª Ángeles Carballo.

 

                                           Azuqueca de Henares.

 


Es ya tradición colocar en el Belén o Nacimiento una serie de figuritas que adornan y acompañan la escena del nacimiento de Jesús. Algunas aparecen citadas en los evangelios, como por ejemplo el Ángel. Otras surgen de la cultura y el folclore propios de cada zona geográfica.  Hoy, te quiero hablar sobre esas figuras que sí aparecen en los textos bíblicos y que contienen un significado y simbolismo más allá de la mera representación, o al menos, eso es lo que yo veo.

 

No voy a hablar de José, María y Jesús, porque sobran las palabras respecto a ellos. Hablo sobre el resto que presenciaron in situ el nacimiento del Mesías anunciado por los profetas desde antiguo. Aparecen el ángel, los pastores, los Reyes Magos y Herodes, la figura del mesonero o posadero, además de dos figuras que si bien no aparecen en los evangelios, nosotros por tradición y por costumbre colocamos en el Belén, que son el buey y la mula.

 

El o los primeros en aparecer son el mesonero o posadero y aquellos que negaban un lugar donde María pudiera dar a luz. Has de comprender que en aquella época, y por las leyes judías, ninguna mujer podía dar a luz en una casa, ya que la podría manchar de sangre y eso era considerado como impuro. Aun así, al parecer, finalmente alguien que se conmovió por la situación, prestó a los jóvenes esposos un lugar dónde traer al mundo a la criatura que iba a cambiar el mundo hasta entonces conocido. Y el lugar fue un simple establo o cueva que servía para guardar al ganado y los animales. De ahí, que el Rey del universo pasó sus primeras horas en una cuna improvisada en un pesebre. Pero dejando de lado las costumbres y leyes hebreas, ¿qué soy yo? ¿posadero sin lugar que prestar? O bien ¿alma que se conmueve?

 

La actitud de los que no querían dar cobijo a la Sagrada Familia la sigo teniendo hoy en día. Veo y juzgo las apariencias, sólo me fijo en qué puede traerme como consecuencia una actitud de acogimiento o buena voluntad con aquellos que más lo necesitan. No miro más allá, me quedo en lo que mis sentidos me transmiten sin caer en la cuenta de las verdaderas razones y necesidades de los que buscan la caridad de los demás. La mayoría de las veces nadie es culpable de las circunstancias y por ello, tampoco yo debo dejarme llevar por las apariencias y los prejuicios. Sea como aquel que, a pesar de conocer la realidad de su tiempo, permitió que la Virgen tuviera un sitio para traer al mundo al Salvador del género humano. ¿Es arriesgado? Sí, lo es. Pero debo acordarme de las palabras que Jesús pronunció en Mateo 25, 31-46: “ …cuando lo hicisteis a uno de estos mis pequeños, a mí me lo hicisteis…” Quizá en un mundo como el de hoy sea difícil fiarme de a quién ayudo o no, pero de eso se trata, de tener fe para poder ayudar.

 

Una vez que nació Jesús, y como dicen las Escrituras en Lucas 2, 8-12 y 2, 15-20: “Había pastores en aquella región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y un ángel del Señor se presentó ante ellos, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y temieron con gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí os doy buenas nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Aconteció que, cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Pasemos ahora mismo hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha dado a conocer. Fueron de prisa y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verle, dieron a conocer lo que les había sido dicho acerca de este niño. Todos los que oyeron se maravillaron de lo que los pastores les dijeron; pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como les había sido dicho.”

 

Primero tuvieron miedo ante lo desconocido, luego, sabiendo que era Dios quien les mandaba esa señal, no dudaron y fueron al encuentro del Mesías. Y se volvieron glorificando a Dios. El Señor se revela a los pobres y sencillos, a los que realmente tienen su corazón preparado ante las grandes cosas. No son los reyes o los nobles, son los más humildes, los que  creen en la palabra de Dios tal cual. No buscan señales del cielo, ni grandes prodigios, sólo la verdad. Y tú y yo podemos aspirar a ser como los pastores, humildes, sencillos, con el corazón dispuesto a lo que el Señor quiere de nosotros. Los pastores no vacilaron en hacer lo que se les mandó. Así debo actuar yo, raudo a la llamada. Como aquellos, tampoco tengo mucho que ofrecer pero lo que tengo lo pongo a disposición del Señor y de los demás, mis dones y pocas virtudes. Pero eso es lo que El necesita para que su mensaje sea transmitido. ¿Y el ángel? Es el mensajero. Fiel a lo que tiene que decir, sin adornarlo con palabras vanas o complicadas, sin añadir ni quitar. Así quiero ser yo, así debemos ser. Mensajeros del Evangelio y de la Buena Nueva sin olvidar ni una sola tilde, sin añadir ningún punto. Palabras justas y exactas, fidelidad a la Palabra. Quizá el mundo no entienda lo que digo, bueno, pues lo traduzco a las palabras que el mundo entienda, pero seguirá siendo la Palabra del Señor la que pronuncie. Sin miedo, con paz, con serenidad. ¿Y a quién decirla, a quién transmitirla? A aquellos que como los pastores esperan a que alguien se les aparezca un día y les diga que vayan a ver, que ha nacido el Salvador. Yo sólo debo pronunciar las palabras y Dios se encargará de hacerlas germinar como plantitas dentro del corazón de cada uno.

 

¿Acaso no son grandes hombres los Reyes Magos? Por supuesto que sí, pero grandes hombres en todo su conjunto, en todo su ser. Esperaron, estudiaron, planificaron la llegada del Mesías. Ellos eran grandes estudiosos de la Palabra de Dios y fue por eso que dieron con la verdad en el momento adecuado. Una vez que tuvieron la certeza de que algo grande pasaba, no dudaron ni un momento en ir a buscar aquello que llenaría sus vidas de plenitud y alegría. Dieron grandiosos presentes al Niño porque realmente poseían grandes riquezas. Y así de grandes son mis riquezas espirituales cuando hago igual que ellos, empaparme en la Palabra, leerla, meditarla, estudiarla, sin olvidarme de los Sacramentos, claro. Al igual que los magos, yo puedo descubrir grandes cosas y la Verdad leyendo y viviendo la Palabra. No es tarea fácil, pero cuento con mucha ayuda, desde las interpretaciones que hacen y han hecho los Santos y teólogos, hasta la del humilde sacerdote de barrio que espera en su parroquia a que vaya a preguntarle acerca de uno u otro pasaje de la Biblia. Y al final, el resultado será que habré descubierto la verdad desnuda y tajante del Evangelio que es la salvación. Que Dios a lo largo de la historia no nos ha dejado nunca solos, que ha sido capaz de encarnarse y asumir la condición humana para expiar mis pecados, conociendo el dolor y la humillación para poder obtener así la completa libración del ser humano. Ser libres del pecado y de las cadenas que el mundo y el mal van poniendo en mi caminar. Si los Reyes Magos fueron capaces de acercarse al misterio de la Salvación a través del estudio de las Escrituras, ¿acaso tú y yo no podemos?

 

Herodes, ante todo aquello tuvo miedo. El sabía perfectamente que nacería un Mesías, pero también creía que esa novedad en su tiempo iría en contra de él y su estatus y riquezas. A pesar de ser un hombre con creencias, su forma de vida le alejaba de lo que Dios quería, y cuando uno quiere alejarse del Señor, aunque el Señor jamás abandona, se pierde. Se pierde en miedos, inseguridades, falsas apariencias, comodidades,… Así como Herodes quería quitar de en medio el problema que le surgía, yo muchas veces quiero apartar a Dios de mi vida porque seguirle conlleva creer, dudar, descubrir, comprometerse, revelarse a lo políticamente correcto y hacer lo que Él me pide. Y le aparto, vaya si le aparto. De muchas maneras, detrás de excusas, aparentando normalidad, siguiendo la corriente que nos lleva. Pues no, el Señor no quiere eso de mí aunque sabe que en el fondo, le sigo amando, pero con condiciones. El quiere valientes, decididos, personas que anuncien sin miedo y con ejemplo, que hablen menos y hagan más, que vayan a visitar los templos que casi hemos abandonado y en los que habita de forma real y sacramental, que como Juan Bautista pienso en que “quien viene detrás de mí os bautizará con el Espíritu” y doy testimonio, que como tantos y tantos deje mi vida en la tarea evangelizadora. ¿Qué más tiene que hacer Jesucristo? ¿Nacer y morir más veces? Ya lo hace cada día. Ahora depende de ti y de mí, si queremos ser como los pastores, como los Reyes Magos, como el ángel. O como el buey y la mula, que en silencio y casi inadvertidos acompañan y dan calor. Cuantas personas entran en una iglesia, inadvertidos, en silencio, acompañando al Señor en el Sagrario. Y sin embargo, su testimonio está gritando una vida de fe y entrega, un Evangelio a voces desde el rinconcito más silencioso.

 

No quiero ser un Herodes temeroso, no quiero ser un posadero prejuzgante, no quiero ser un cristiano descafeinado y con excusas. ¿No te das cuenta que Jesús nos ha salvado, nos ha liberado? Ponte en camino, ve a Belén de Judá, póstrate ante el Niño que nace y adórale. Preséntale el regalo más valioso, tú mismo, y deja que Él entre en ti y te lleve de la mano para anunciar al mundo: ¡¡JESÚS HA NACIDO, Y ME HA SALVADO!!

 

Vive la Navidad, vive en cristiano, vive DE COLORES

 


¿Quién es G?

Poco puedo decir, excepto que es una cursillista con gran corazón y que quiere compartir con todos nosotros aquello que a ella le ayuda a reflexionar y, convertirse poco a poco, en mejor persona. Hoy comienzan sus "historias" que a todos nos vendrán bien para... reflexionar.

Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás, los haría felices.

Si yo deseara siempre el bienestar de los demás, yo sería más feliz.

Si yo comprendiera plenamente mis errores y defectos, sería humilde y comprensivo con los otros.

Si yo cambiara el "tener" más por el "ser" más, ¡cuán dichoso sería!

Si yo cambiara el ser "yo" a ser "nosotros", comenzaría la civilización del amor.

Si yo siguiera decididamente a Jesús y su Evangelio, comenzaría a vivir la verdadera felicidad.

Si yo amara "en serio" a los demás, ellos cambiarían.

Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los otros, los comprendería.

Si yo criticara menos y aplaudiera más, ¡cuántos amigos ganaría!

Si yo encontrara lo positivo en todos, ¡con qué alegría los trataría!

Si yo cambiara mi manera de tratar a los demás, tendría más amigos.

Si yo aceptara a todos como son, sufriría menos.

Si yo comprendiera que todos cometemos errores, sería más humilde.

Si yo tuviera más sentido del humor, relativizaría mis pequeños problemas.

Si yo pensase antes de decir y de hacer, me ahorraría muchas palabras y más de un fracaso.

Si yo fuese más «inteligente», no me quedaría en las apariencias de las personas y de las cosas.

Si yo mirase «más allá de mi ombligo», vería a más de una persona que me necesita.

Si yo me esforzara siempre por hacer el bien a los demás, sería más feliz.

Si yo tuviera más en cuenta mis defectos, sería más comprensivo.

Si yo fuese menos autosuficiente, me enriquecería con lo bueno de los demás.

Si yo confiara más en Dios Padre, me sentiría como un niño en los brazos de un ser querido.

Si yo «comulgase» más y mejor con Cristo, sería capaz de «tragar a los que me caen gordos»

Si yo...

Si yo no puedo cambiar el mundo, sí que puedo cambiarme a mí mismo.

 

"G"


 


TESTIMONIO DE MI CONFIRMACIÓN

 

Queridos hermanos en Cristo Jesús, voy a relataros lo que ha significado para mí recibir el sacramento de la Confirmación.

 

Es una paz tan inmensa que es indescriptible expresarlo, no es solamente interior, pues siento a mi alrededor tan cercana la presencia del Espíritu Santo que me encuentro envuelta en una nube, que me llena de felicidad, armonía y amor hacia todos los seres humanos, sin mirar razas ni colores. Yo digo que no me ha calado, es que me ha inundado, y sale por los poros de mi cuerpo. Siento la necesidad de gritar al mundo, y a si lo hago, cuando estoy en reuniones, les grito que es maravilloso sentirse con esta inmensa felicidad.

 

Mis hijos me han notado en la voz que irradio felicidad, están admirados del cambio que se ha producido en mi actitud, o sea que la decisión de recibir la confirmación ha sido lo más hermoso que he hecho. No creáis que hasta ahora había vivido fuera del mundo de la Fe, pues estoy bautizada, recibí la primera comunión, me casé, y he tratado de vivir mi Fe en todo momento, pero gracias a mi párroco Don Ángel Luis Toledano, un día le comente que yo no recordaba haber recibido este sacramento, el puso manos a la obra e indagando desde mis raíces, Melilla, Tánger, Madrid, nos encontramos que no había constancia de que yo hubiera recibido este don del sacramento de la confirmación, por ello le doy un de colores a mi párroco, por su perseverancia y constancia.

 

A mi edad, 78 años, recibir este hermoso sacramento ha supuesto una de las vivencias mas maravillosas que he recibido en la vida, me siento mas integrada en la Fe y he tomado el compromiso, de seguir los pasos de los doce apóstoles y predicar ese amor al prójimo, ayudar dentro de mis limitaciones. Es decir, ponerme al servicio de la Iglesia e intentar ser un instrumento en las manos del Señor, dejándome guiar por El y dejándome ayudar también por mi comunidad parroquial y por supuesto por mi nueva comunidad de cursillos de cristiandad.

 

Os quiero decir que soy cursillista del 61 mixto, esto me ha servido de gran ayuda, pues he conocido unas personas tan humanas, tan cariñosas…. Me he sentido tan bien acogida, que es mi gran familia en la Fe, me siento con todos ellos muy feliz, tanto que estoy deseando que llegue el jueves para encontrarme con ellos en la ultreya, para orar con todos mis hermanos, para que nuestra gran familia siga creciendo y prediquemos que la fe en Cristo es el culmen de la felicidad.

 

Tanto el cursillo de cristiandad como mi confirmación son dos grandes vivencias, que desde su sencillez y hermosura me han colmado de BENDICIONES.

 

Tengo que dar las gracias, en primer lugar al Espíritu Santo que ha sido quien guió mis pasos al cursillo 61 mixto, y dar las gracias al Señor por poner en mi camino gente que a hecho posible mi encuentro con Dios y con mis hermanos, gracias Señor por mi buena amiga y vecina que hizo posible todo esto, porque Tu la pusiste como instrumento en mi vida, y gracias a todos los cursillistas, que con la oración y desde el sacrificio han conseguido parte de mi gran felicidad.

 

 Besos os quiero, vuestra humilde servidora:                                                                     

 

Ángeles García Gil

 

DE   COLORES

 

 


Las nuevas tecnologías se están imponiendo poco a poco en los medios de comunicación. Todos hemos oído hablar del facebook, el twitter, skype y otras plataformas online que te permiten estar al día de todo lo que ocurre, así como mantenerte en contacto con tus amistades.

 

Cursillos de Cristiandad no es ajeno a todo esto y también nos vamos sumergiendo en la red. Empezando por el Secretariado Nacional, muchos secretariados diocesanos han empezado a utilizar herramientas en internet para tener una mejor y más rápida comunicación.

 

Y en nuestra diócesis seguimos los pasos y ejemplos que nos van enseñando. Hace poco, en la reunión de los Responsables de Comunicaciones, se comentaba como algunas diócesis tenían y utilizaban el whatsapp como medio habitual y cómodo de comunicación. Pues bien, nuestra comunidad-familia de Cursillos se sube al carro de las nuevas tecnologías y aplicaciones de telefonía móvil.

 

Hemos creado el primer grupo whatsapp y el resultado no podría ser mejor: ya lo hemos llenado. Cada grupo dispone de 30 cuentas y el primero que hacemos ya está casi completo. Así pues, vamos a crear otro segundo grupo y, si fuera necesario y demandado, un tercer grupo. Vamos a explicar brevemente cómo funciona para que todo quede muy claro.

 

Las personas que deseen que les incluyamos en un grupo deberán enviar su petición de confirmación, con su número de teléfono móvil, a web@mccguadalajara.com

Por supuesto deben tener cuenta en whatsapp. En cada grupo habrá varios moderadores-coordinadores comunes al total de los grupos. Estas personas velarán para que en los grupos nadie haga comentarios fuera de tono o ajenos al común denominador de todos que es Cursillos de Cristiandad y el Evangelio. También serán los responsables de comunicar a todos los miembros las noticias, eventos y actividades que se desarrollarán en torno a cursillos. Todos los grupos recibirán las mismas noticias de modo que, los moderadores comunes, serán el nexo de unión entre todos los cursillistas que participen en los grupos.

 

La experiencia con el primer grupo está resultando muy positiva, entre otras cosas por el buen ambiente que hay desde el comienzo. Ha habido reencuentros de personas que perdieron el contacto hace tiempo, planes para quedar a hacer alguna actividad extraordinaria y por supuesto, se han dado a conocer eventos tan nuestros como las ultreyas.

 

Pues nada, ya sabéis, si os apetece entrar en los grupos whatsapp de Cursillos de Sigüenza-Guadalajara, mandad un email con vuestro número de móvil a la dirección que os hemos proporcionado. Esperando a que os animéis, un abrazo DE COLORES

 


El próximo sábado 15 de diciembre, nuestro hermano de Cursillos, Pepe González, presentará su tercer libro, titulado “Alternativa católica”. Sus otros libros han tenido gran difusión y esperamos que la sigan teniendo. La lectura de “Católicos sin complejos” y “Conociendo al enemigo” ha permitido acercarse de una manera sencilla y útil a temas de actualidad de índole cristiana, demostrando ser herramientas muy válidas para cualquier lector que quiera reforzar su propia fe y tener instrumentos con los que enfrentarse o convivir con la sociedad actual, en la que los valores han sido manipulados y transformados hasta el punto de ser contrarios al mensaje del Evangelio. Con este nuevo libro se pretende hacer un recorrido por el compromiso social de la Iglesia, aportando doctrina y exigencia en la defensa de la dignidad del ser humano en su dimensión social y personal.

 

El acto de presentación será en los salones parroquiales de San Juan de Ávila, en Guadalajara, a las 20:30 horas y contará con la presencia del editor, Humberto Pérez-Tomé Román , y participará Jesús Trillo-Figueroa, ensayista y abogado del estado.

 

Desde aquí, queremos felicitar a Pepe por su nuevo trabajo y también queremos animar a los cursillistas a que adquieran un ejemplar, tanto de esta nueva obra como de las anteriores, pues seguro van a encontrarse con una lectura amena y que va a servir en la vivencia personal de la fe.

 

DE COLORES   

Extraído de internet:

 

Después de Manual Básico para Católicos sin Complejos y Conociendo el enemigo, José González Horrillo nos acerca su última publicación La Alternativa Católica. La Alternativa Católica es la gran desconocida y las fuentes donde se encuentra; la Biblia, el Catecismo, las encíclicas, etc., a pesar de ser libros muy vendidos son de los menos leídos, incluso por los mismos católicos. Al contrario de lo que pretendería cualquier otro autor que busque el éxito de la originalidad, en este libro no se ha pretendido crear nada nuevo, innovar o sorprender, todo lo contrario, simplemente recordar, aclarar o, tal vez, decir de otra manera lo que se viene diciendo desde hace más de 2000 años: la Verdad. La Alternativa Católica es La Alternativa Universal, para que el mundo encuentre el Camino, la Verdad y la Vida que no es otra cosa que el mismo Jesucristo. La Alternativa Católica es seguir el consejo de María en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga.” El autor, o como él mismo diría, el transmisor de ideas, informador de pensamientos y reflexiones, se daría por satisfecho si por la lectura de sus escritos aumentaran las lecturas de la Palabra de Dios y los documentos de la Iglesia.

Posteriormente continuó con Conociendo al Enemigo (2010) en el que se ponían al descubierto las creencias, ideologías, grupos y “personajes” existentes que están detrás de dicha intención.

Con este último volumen de La Alternativa Católica, se cierra una trilogía que comenzó hace unos años con la publicación del Manual básico para Católicos sin Complejos (2009), donde se intentó rebatir los tópicos de siempre que pretenden desprestigiar y hundir a la Iglesia Católica.


José González Horrillo, nació en Madrid en 1965. Está casado y es padre de tres hijos. Después de una ajetreada juventud impregnada de antipatía hacia la Iglesia católica, se reconvierte al catolicismo tras una experiencia vivida en un Cursillo de Cristiandad, movimiento al que actualmente pertenece. Dedicado a la docencia, es profesor especializado en clases de Religión Católica. Durante su tiempo libre, es guitarrista del grupo de blues-rock cristiano “Católicos sin complejos” (C.S.C.).


Este sábado ha tenido lugar el Encuentro nacional de Responsables de Medios de Comunicación, en el que nuestra dioócesis también ha participado. Aquí te dejamos la crónica y experiencia de la jornada, que también se ha publicado en la web del Secretariado Nacional.

Podríamos decir que ha sido un encuentro mas, otra reunión en la que nos hemos reencontrado con viejos amigos y en la que hemos conocido a nuevos “socios” en este área de Medios. Pero no lo voy a decir, me niego, es totalmente falso.

                                                                    

Lo que podría suponer un encuentro más en el que hablar y hablar, compartir ideas que pueden caer en saco roto y volver a mi diócesis con ilusiones que se podrán quebrar en poco tiempo, ha sido todo lo contrario. Los presentes, unos “cuantos bastantes” como diría un amigo mío, no sólo hemos compartido nuestras experiencias, nuestras alegrías e ilusiones, nuestros desánimos y fracasos, sino que hemos logrado crear grupo, comunidad desde nuestras comunidades, y hacer piña en torno a los Medios de Comunicación y la responsabilidad que conlleva estar al servicio del movimiento en este trabajo concreto.

 

Nos volvemos a nuestras diócesis con la satisfacción del deber cumplido y con el compromiso de no decaer en el esfuerzo y en la tarea de seguir llevando a Cristo a los hermanos desde los Medios. Muchos, variados, clásicos como la revista Kerygma o modernos como las páginas web o las redes sociales, todos ellos nos permiten, si hacemos bien nuestro trabajo, informar con espíritu de verdad y con amor cristiano a todos los seres humanos de las noticias y hechos que ocurren en nuestra Iglesia, y concretamente en nuestro movimiento de Cursillos de Cristiandad.

El campo es muy extenso, y como siempre, los viñadores somos pocos. Por eso, una de los proyectos que han surgido de este encuentro ha sido el aumentar la implicación de los Secretariados y de los Responsables de Medios a la hora de dar a conocer lo que sucede, siempre con seriedad y haciendo comunión con el resto de los hermanos que conformamos el movimiento en la Iglesia española. Sólo colaborando entre todos y desde el compromiso, podremos hacer realidad, no sólo el hecho de informar y mantener a todos presentes en la actualidad de nuestras diócesis, sino también de llevar el mensaje de Cristo y ser primer anuncio, a través de los Medios de Comunicación.

 

Conscientes de este servicio al movimiento y a la Iglesia, regresamos a nuestras comunidades-familias, porque Cursillos somos una gran familia, con espíritu renovado, las pilas cargadas y el compromiso de hacer bien, muy bien, la tarea evangelizadora que se nos encomienda. En este “Año de la Fe”, nuestro movimiento tiene un especial protagonismo, ya que somos los “culpables” con la ayuda y el encargo del Señor, de ir por el mundo a renovar, revivir, hacer reencontrar la fe que tantos y tantos tienen dormida, olvidada o simplemente, aun no han tenido la oportunidad de encontrar. Tenemos las herramientas necesarias para que la fe se reafirme: el cursillo, la lectura de la Palabra de Dios, la Eucaristía y el encuentro personal, tú a tú con nuestros amigos, vecinos y conocidos, a los que podremos invitar a participar en el cursillo y hacer realidad la parábola evangélica sobre la fe que aparece en San Marcos, “cayendo en tierra buena y dando fruto”. Podemos realmente ser portadores de la chispa que, con la Gracia de Dios, encienda los corazones de los demás y, por tanto, sus almas tengan ese encuentro especial con Cristo y descubran cuán grande es su amor y qué importante es la fe viva en cada uno de nosotros, que transforma nuestra sociedad, nuestras vidas y nos hace vivir con esperanza y con la alegría de sentirnos hijos de Dios y verdaderos herederos de la vida eterna que nos tiene preparada. Seamos partícipes activos de esta nueva evangelización desde los Medios de Comunicación como apoyo seguro y firme a nuestro movimiento.

 

DE COLORES


Cada vez que se clausura un cursillo, lo primero que debemos hacer es dar gracias a Dios. Porque la Gracia se ha derramado y el Espíritu Santo ha actuado en cada uno de los corazones de todos los que lo hemos vivido, desde dentro o desde fuera. Es verdad que en el cursillo, Cristo ha estado especialmente presente, pero de rebote ha estado en todos los que hemos rezado, acompañado, trabajado para que los nuevos cursillistas tuvieran la oportunidad de celebrar la Vida.

 

Y este cursillo ha sido muy especial porque comenzaba a la vez que el Año de la Fe que toda la Iglesia celebra. Una ocasión extraordinaria para que todos comprobemos como el Señor actúa y se hace presente en nuestras vidas y nos brinda la oportunidad de hacer nuestra fe más sólida, encontrar nuestras convicciones más arraigadas y, en muchos casos, despertar nuestra alma y corazones a esa fe que pensábamos adormilada en este mundo actual que nos toca vivir. Por eso, siempre se recordará el cursillo 61 mixto como el cursillo de la fe.


Reproducimos en su totalidad la entrevista que la revista diocesana EL ECO realizó a Don Vidal, sacerdote diocesano, quien fue consiliario del movimiento y compartió con todos los cursillistas 13 años de su ministerio.

Gracias, D. Vidal

 

TAMBIÉN ENTRE LOS PAPELES ANDA EL SEÑOR...

 

D. Vidal Beltrán deja la Curia diocesana. En este momento en que va a coronar un ciclo importante de su vida al cesar como Vicario de Curia, nos acercamos también a él y a sus recuerdos.

 

Vidal, haz tu presentación a nuestros lectores de El Eco, empezando por tu lugar de nacimiento.

 

-Comenzamos por Hinojosa, pueblo del Señorío de Molina, donde nací el 21 de abril de 1935. Pueblo eminentemente levítico, pues hasta hace algunos años vivíamos trece sacerdotes hijos del pueblo. Luego vino la marcha normal al Seminario y los estudios Superiores de Teología y Derecho Canónico en Comillas (Santander).

 

Vicario, ¿desde cuándo y exactamente hasta cuándo?

 

-En octubre de 1978 fui nombrado Canciller-secretario del Obispado y Pro-Vicario General durante los dos últimos años del Obispo D. Laureano Castán. Continué como Canciller- Secretario siendo Vicario Capitular D. Vicente Moñux y un año más con D. Jesús Pla. En mayo de 1982 fui nombrado Vicario General por D. Jesús Pla hasta el final de su ministerio episcopal en la diócesis. Llegó D. José Sánchez y me prorrogó un año más. En abril de 1993 pasé a ser Vicario Episcopal de Curia hasta su jubilación. He permanecido un año más con D. Atilano y cesaré el próximo 24 de septiembre.

 

Vicario de Curia, ¿único en la historia de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara? ¿no es así?

 

-Parece ser que sí. No ha existido ningún Vicario episcopal de Curia en la diócesis antes del 6 de abril de 1993. Al darle al Vicario general plenas facultades y con dedicación especial a la pastoral residiendo en Guadalajara, parecía lógico que los asuntos de Curia, entonces toda ella en Sigüenza, estuvieran encomendados a otro Vicario, llamado de Curia. Esto suponía que el primer Vicario episcopal de Curia podría ser el último si no cambiaran sustancialmente las circunstancias, como así ha ocurrido.

 

Alguien se podría preguntar, ¿qué hace un sacerdote todos los días en la Curia con todo lo que hay que hacer en las parroquias? ¿También entre los papeles anda el Señor?

 

-Si santa Teresa nos dice que “Dios anda entre los pucheros”…, ¿por qué entre los papeles de la Curia no va a poder andar el Señor, igual que entre los papeles del despacho parroquial…? Detrás de cada papel, dentro de él o como consecuencia de él, hay personas, problemas, proyectos, angustias, alegrías y muchas cosas más. Si uno se ordena al servicio de la Iglesia, donde la diócesis (el Obispo de cada momento) determine encomendarle algo ha de ir.

 

La diócesis de ayer, de tus días por Imón, y la diócesis de hoy, ¿se parece en algo?

 

-Se parece en todo en cuanto a las personas. Pero, en una sociedad hoy mucho más secularizada. La sensación era que entonces se sembraba, brotaba y recogías con más facilidad que hoy. Se valoraba más al sacerdote y su función sagrada como maestro del espíritu.

 

Al servicio directo de cuatro Obispos. ¿Cómo percibes, a estas alturas de tu vida, el paso de cada uno de ellos por nuestra diócesis?

 

-D. Laureano Castán: obispo culto, teólogo, canonista, pastor, amante de la Iglesia, preocupado por la realidad de entonces en plena ebullición del Concilio Vaticano II.

D. Vicente Moñux (Vicario capitular durante 10 meses). Le recordamos todos por su sagacidad, diplomacia, entrega generosa, amor a la enseñanza…

D. Jesús Pla Gandía: el lema de su escudo lo definía: “La verdad os hará libres” Su amor a la VERDAD por encima de todo, le situó en la defensa de la vida, sobre todo contra el aborto. Obispo amable, sencillo, valiente.

D. José Sánchez: desde el principio no pudo disimular su fiebre por la acción social y caritativa. Había estado 20 años en Alemania, en plena avalancha de emigrantes españoles. Su lema SERVIR lo traduce pronto en la diócesis: primera fase de “Proyecto hombre en el mismo Palacio episcopal de Sigüenza; acogida en el Seminario Mayor de Sigüenza a los Kosobares; promoción del Centro de Refugiados de Sigüenza; con motivo del jubileo del año 2000, la “Casa de Nazaret”; culmina con una nueva Residencia para mayores en Alovera. Obispo sincero y libre. En las relaciones con otras Instituciones le guiaba la libertad, la independencia y la colaboración.

D. Atilano Rodríguez: poco tiempo para conocerlo, pero el suficiente para intuir y poder asegurar que el lema de su escudo: “Misit me evangelizare pauperibus” lo llevará adelante contra viento y marea. Hombre sencillo, simpático y entregado; y poco dado a tirar la toalla. Quiere apostar fuerte por el tema de las vocaciones 

Don Vidal con un grupo de cursillistas - Archivo del MCC Sigüenza-Guadalajara
Don Vidal con un grupo de cursillistas - Archivo del MCC Sigüenza-Guadalajara

 

Y ahora, sin la Curia, ¿en qué otros “papeles” seguirás buscando al Señor?

 

-A los 160 ancianos y ancianas del Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Guadalajara, en el que sigo de capellán, ¿no hay que estar invitándoles, empujándoles, facilitándoles y ayudándoles al encuentro personal y diario con Cristo para que vivan más en Iglesia y preparen su encuentro definitivo con el Padre? Tampoco renuncio a formar parte de la pléyade de voluntariado que se necesita hoy en la Iglesia a todos los niveles.

 

En esta hora importante de tu vida, ¿por dónde va tu acción de gracias?

 

-Acción de gracias a Dios por el don de la fe y del sacerdocio. A la Iglesia, porque en ella nací a la vocación cristiana y sacerdotal y que nunca me ha defraudado. A la vida consagrada en general y especialmente a las RR. Ursulinas de Sigüenza, capellán suyo durante 31 años. A todos los sacerdotes de la diócesis, a mi familia, a los seglares, de modo especial a tantos con los que, durante 13 años, tuve la dicha de compartir responsabilidad en Cursillos de Cristiandad.

 

Y puesto a pedir ¿algo que quieras pedir en este momento?

 

Para mí, nada. Sólo invitaros a rezar todos los días la oración de santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta”. Y a cantar constantemente la canción a María: “Madre de los creyentes, que siempre fuiste fiel, danos tu confianza, danos tu fe”.


Estamos en plenas Fiestas y ferias de Guadalajara, en las que honramos a nuestra patrona, la Virgen de la Antigua. Y en cuanto pasen estos días de religiosidad popular, toros y verbenas, el movimiento de Cursillos vuelve a la vida de celebración y comunidad. En este comienzo de curso y con la amabilidad y cercanía que le caracterizan, nuestro obispo nos saluda y nos deja unas palabras para que podamos meditarlas en nuestro interior y hacer viva la fe que albergamos.

Como todos los miembros del Movimiento de Cursillos de Cristiandad sabéis muy bien, el próximo día 11 de octubre dará comienzo la celebración del “Año de la fe”. Con esta convocatoria, el Papa Benedicto XVI quiere que toda la Iglesia y cada uno de sus miembros revisemos la vivencia de nuestra fe y crezcamos en la adhesión a Jesucristo, único Salvador del mundo.

 

En comunión con el Sucesor de Pedro, nuestra diócesis y cada una de sus parroquias, además de las celebraciones de comienzo y de clausura de este “Año de la fe”, programarán distintas actividades evangelizadoras a lo largo del curso pastoral con el fin de provocar el encuentro con Jesucristo mediante la oración y la escucha de su Palabra. No podremos responder con fe a Dios, que nos habla, si no nos paramos a escucharle y no podremos anunciar a otros la Buena Noticia del amor y de la salvación de Dios, si no la conocemos y la vivimos.

 

Los miembros del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, no sólo no podéis quedar al margen de este proyecto, sino que debéis asumir con gozo la responsabilidad de ayudar a otros, bien a través del Cursillo o bien mediante el encuentro personal con ellos, a descubrir que la plenitud de sentido de la existencia humana y la salvación eterna sólo podremos encontrarlas y recibirlas de Dios, que siempre nos ama primero.

 

A través de estas líneas, os invito a integrar en el marco de la nueva evangelización este proyecto de lectura creyente de la Palabra de Dios. De este modo será el Señor quien nos ayude a descubrir nuestras incongruencias a la hora de vivir y celebrar la fe y será también Él quien nos estimule, mediante la acción del Espíritu Santo, a avanzar en el camino de la conversión y de la santidad de vida.

 

Con mi sincero afecto, un cordial saludo para todos.

 

 

12 de septiembre de 2012                           Atilano Rodríguez

                                                                    Obispo de Sigüenza-Guadalajara


Con gozo y gran alegría cumplimos dos añitos en la red. Todavía somos pequeños pero poco a poco vamos creciendo en número de visitas, en colaboradores, en actividades, en enlaces.

 

Cuando comenzó el proyecto de esta web no podíamos imaginar el alcance que llegaría a tener. A través de este medio, Cristo llega a medio mundo, siendo enviado por las palabras que, humildemente, plasmamos en estas páginas. Y no sólo a los países de lengua española sino también a los de habla inglesa, francesa, árabe, alemana, filipina, indonesia, africana e incluso tenemos lectores asiáticos, quizá lean en chino o coreano. Pero lo importante es que Dios llega a muchos corazones a través de las nuevas tecnologías en las que estamos inmersos y de las que usamos de manera adecuada.

 

Es un orgullo saber que nuestros medios de formación ayudan a muchas personas en otros continentes y que afirman uno de nuestros pilares cristianos, el estudio. Y todo esto nos anima e impulsa a seguir trabajando, porque esta web nació como servicio a los demás. Un espíritu de servicio que no decae a pesar de las mil visicitudes de la vida que nos mantienen atareados y ocupados. Podremos estar cansados, pero jamás dejaremos de anunciar la palabra de Dios al mundo.

 

Un año más a disposición de todos los cursillistas y cristianos que leen nuestros artículos, que participan de nuestras alegrías y comparten nuestras penas, que repasan nuestro material audiovisual. Y unidos siempre a la Iglesia, nuestra madre. Desde esta web queremos ser verdadera presencia de la Iglesia y testimoniar la comunión de los Santos en la que debemos estar fuertemente ligados. Somos uno con nuestra diócesis de Sigüenza-Guadalajara y su pastor, Don Atilano. Somos uno con el Secretariado Nacional de Cursillos de Cristiandad y con el movimiento al que pertenecemos y que está en los cinco continentes. Somos uno con la Iglesia, con el Papa. Somos uno con Cristo y María. ¡¡¡ Tenemos claro quiénes somos y dónde queremos estar!!!

 

Damos la bienvenida a todos los que se suman a visitar nuestra web por primera vez y saludamos de nuevo a todos los hermanos que ya forman parte de esta familia online. Un abrazo a todos en nombre de Jesucristo y que la Virgen, Madre nuestra, nos acompañe siempre.

 

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